El 15-M, y la creación de Podemos, recordaba a la España efervescente de 1982. Una España, como les digo, que clamaba libertad tras cuarenta años de Nodos, rombos y tricornios. Aunque la muerte de Franco supusiera el fin a cuatro décadas de dictadura; los valores del franquismo no se podían borrar de la noche a la mañana. El "conservadurismo" social continuó hasta bien entrado los ochenta. De tal modo que la gente no hablaba abiertamente de sexo. El patriarcado y la familia nuclear vertebraban la estructura social de aquel entonces. Existía un miedo latente ante un regreso a los fantasmas del pasado. Y ese miedo era sentido por la clase trabajadora, la misma que se identificaba con la izquierda en los tiempos de la República. Una clase que regresaba del exilio. Unos de Francia y otros de México, Argentina o Venezuela. Así las cosas, la sociedad española postfranquista se dibujaba como moderada. Una moderación condiciona por el temor a futuras represalias o caída del nuevo régimen. No olvidemos que en febrero de 1981, el golpe de Estado fallido activó todas las alarmas y refrescó el recuerdo del golpe de Estado republicano.
En octubre se cumplen cuarenta años de las elecciones de 1982, aquellas que fueron ganadas por Felipe González, un joven con vestimenta parisina, carisma y visión europeísta. Felipe se proclamaba como la bisagra entre el comunismo – de corte soviético y representado por la Pasionaria – y la derecha retrógrada, representada por hombres corpulentos. Hombres, al estilo de Fraga, con frentes despobladas y barrigas prominentes. Felipe ponía en valor el discurso socialdemócrata. Un discurso que ya calaba en Alemania con al advenimiento de los Estados del Bienestar. Con el eslogan "Cambio", González insufló a la España postfranquista una idea de Estado que anhelaba el borrado paulatino de los residuos franquistas. Con él, llegó el "progresismo" frente al "conservadurismo". Un progresismo que anhelaba por una secularización de la sociedad, una libertad de expresión y otras formas de convivencia. Así, desde 1982 hasta 1996, el PSOE se convirtió en un partido que representaba a una clase media próspera e ilusionada. A la izquierda del partido socialista, Izquierda Unida – con Julio Anguita a la cabeza – reclamaba más derechos para la clase obrera, A la derecha del PSOE, Alianza Popular y después el PP intentaban, de algún modo, pescar en los caladeros de la moderación.
Hoy, a dieciocho meses, de las elecciones generales, el PP sigue con la misma batalla de hace cuarenta años. Estamos ante un partido descosido por la crisis reciente de liderazgo, por los casos de corrupción y por la escisión que ha sufrido en los últimos cinco años. Si antes eran la Falange y el CDS, los partidos que vertebraban la derecha. Ahora son VOX y el agonizante Ciudadanos quienes agrietan al partido de Feijóo. Estamos ante una derecha rota, como lo estaba hace cuarenta años, que anhela los mismos motivos de conquista. La derecha desunida – como en los tiempos de Hernández Mancha – no le queda otra que la moderación. Una moderación necesaria para ensanchar su cuota electoral a costa del centro izquierda. Por ello, Feijóo necesita ganarse la percepción social de "hombre de Estado". Necesita, aprovechando el desgaste de Sánchez, pescar en los caladeros del PSOE y en el lago moribundo de Ciudadanos. Solo así, la derecha conseguiría desbancar al sanchismo de la Moncloa. Para conseguirlo, Feijóo debe demostrar que es moderado. Y esa demostración solo se consigue con las credenciales de su pasado y sus hechos actuales.
Las credenciales de su pasado no son otras que las de un presidente autonómico que gobernó con el confort de la mayoría absoluta. Una mayoría que no necesita el poder de la negociación, y la moderación, para sacar los proyectos adelante. Entre lo fácil y lo difícil, lo fácil – para cualquier gobernante – es gobernar con una mayoría holgada. Una mayoría, como les digo, que pone a prueba el talante estadista de cualquier mandatario. Y que sirve, por tanto, para saber si lo que de verdad interesa es el interés general o el particular (partidista). Los hechos actuales, los que prueban la supuesta moderación de Feijóo, son el histórico de leyes aprobadas gracias al beneplácito de su partido. Y de entre ellas, Feijóo no ha dado su brazo a torcer con la norma sobre el ahorro energético. Un gesto que mira más hacia el interés partidista que el general. No olvidemos que Díaz Ayuso y Sánchez están en las antípodas ideológicas. Y cualquier "no" de la presidenta madrileña, que sea respaldado por lo Feijóo está lejos, muy lejos, del espíritu "moderado" que proclama.