Recuerdo hace más de treinta años, cuando estudiaba bachillerato, que casi todas las tardes iba a la biblioteca. La biblioteca era un lugar idílico. Dentro de sus pasillos, dispuestos en las estanterías, habitaban miles de libros clasificados por las distintas ramas del conocimiento. El silencio de los lectores se entremezclaba con el olor, a césped recién cortado, que desprendían los papiros y pergaminos. Allí, en la mesa del fondo junto a una ventana que daba a un patio de luces, pasaba las horas muertas leyendo a los clásicos del pensamiento. Hoy, las tornas han cambiando. La gente casi no frecuenta las bibliotecas. Y no las frecuenta, queridísimos amigos, porque han sido sustituidas por Internet. Los buscadores, como Google, se han convertido en las salas bibliográficas del ayer. A golpe de clic, los estudiantes obtienen la información que necesitan, sin necesidad de desplazamientos. Sin formar cola en el mostrador del bibliotecario. Y sin la incomodidad de devolver el libro en el plazo estipulado. El libro de papel, aunque se siga leyendo, pierde fuelle en los túneles del ahora.
Artículo completo en Levante-EMV
Carmiña Carmela
/ 20 julio, 2022Que tristeza me da que el libro y su or a papel, vaya desapareciendo poco a poco.
Saludos