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Dilemas bélicos

El otro día, escribía el siguiente tuit: "Si vamos por la calle y vemos dos críos partiéndose la cara, qué hacemos: intentar separarlos o mirar para otro lado". Los críos, y valga la metáfora, son Rusia y Ucrania. Nosotros, la OTAN. Si los intentamos separar – que sería lo más razonable – corremos el riesgo de morir en el intento. Si miramos para otro lado, vulneramos la ética kantiana, o dicho de otro modo, el imperativo categórico de "no hagas aquello que no te gustaría que te hicieran". Así las cosas, cualquier decisión conlleva el coste de oportunidad. Aunque el ejemplo sirva de modelo explicativo, la realidad supera la ficción. Y la supera, queridísimos amigos, porque hablamos de un niño grande y fuerte – Rusia – contra otro pequeño y débil – Ucrania -. El niño grande, más allá de sus puños, cuenta con recursos suficientes para atemorizar y vencer al otro. El pequeño, por su parte, está solo en el patio de colegio. Estamos ante un juego de suma cero. Un juego desigual donde el pez grande se come al chico.

Más allá de la metáfora, la OTAN se halla en la encrucijada. Por un lado, su intervención supondría un paracaídas de salvación para el pueblo ucraniano. Por otro, estaríamos a las puertas de la Tercera Guerra Mundial. Una guerra que reproduciría, en términos aproximados, las alianzas de las anteriores contiendas internacionales. Y ello sería terrible para la seguridad y paz mundial. Supondría el hundimiento de la economía, el coste de millones de vidas humanas y la destrucción de miles de ciudades. Fracasaría la razón. ¿Qué razón es esa que nos destruye como humanos y nos devuelve al estado salvaje de la selva animal? En momentos, como los presentes, es necesario medir los efectos de cualquier decisión. Es urgente que los países midan sus tiempos y garanticen, de todos los posibles males, los males menores. Y los males menores, no son otros que aquellos que causan los menores daños a la humanidad. Ante esta tesitura, las preguntas incómodas serían, entre otras, las siguientes: ¿Deberíamos consentir que Rusia continúe su invasión a Ucrania como lo hizo con Siria y Chechenia?, ¿deberíamos dejar que Ucrania se convierta en un Estado fallido?, ¿debería intervenir la OTAN por cuestiones de ética y solidaridad internacional?

La invasión de Rusia a Ucrania ha puesto en valor la importancia de las Organizaciones Internacionales. Si Ucrania hubiese pertenecido a la OTAN, otro gallo hubiese cantado en las tierras de Lenin. En días como hoy, países como Suecia y Finlandia sufren en silencio los miedos ucranianos. Y lo sufren ante la situación de debilidad que supondría un hipotético conflicto entre "David y Goliat". Hoy, queda lejos la "paz perpetua" que anunciaba Kant. Estamos ante los sueños imperialistas del siglo XX. Ante los sueños de una Europa retrógrada liderada por Hitler, Stalin y Mussolini. Sueños de recreación del viejo Imperio Romano. Un imperio que se derrumbó precisamente por la grandeza de su condición. La posible conquista de Ucrania por la supremacía de Rusia supondría una vuelta a las dos grandes potencias del ayer. Vuelta al miedo nuclear, a los espionajes de la CIA y el KGB. Vuelta a un mundo fundamentado por los riesgos de una olla a presión. Ante esta situación, es urgente que se proclamen países mediadores. Países transversales que mantengan a raya el establishment internacional.

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1 COMENTARIO

  1. Juan Antonio

     /  15 marzo, 2022

    Mi duda seria: ¿Es tan potente, militarmente, Rusia como la pintan?
    Porque en esta guerra está mostrando todo lo contrario. Si fuese potente en dos o tres días hubiese tomado las posiciones estratégicas para dominar el país.
    Muchas dudas sobre los intereses de ésta guerra tengo yo.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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