En pleno confinamiento, allá por abril del 2020, escribía en los pergaminos de esta casa: "El efecto coronavirus". En aquella columna reflexionaba sobre las consecuencias sociales de la Covid-19 y decía, entre otras cosas, que en el ADN valenciano tenemos la cultura de bares, los corrillos en las calles y nuestro gusto por las aglomeraciones. El silencio de las plazas, la ausencia de los abrazos y el robo de las sonrisas, por culpa de las mascarillas; nos situó ante una cultura de distancia social y conversaciones por wasap. Tantos enfermos y fallecidos, tanto miedo a la enfermedad; nos hizo pensar que nuestra idiosincrasia cambiaría con la "nueva normalidad". Hoy, a toro pasado, seguimos con los mismos estribillos de hace dos años. Las vacunas han suscitado un doble efecto. Por un lado, nos han hecho más fuertes contra el bicho. Por otro, nos han relajado frente al enemigo.
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Juan Antonio Luque
/ 25 diciembre, 2021No comparto la idea cada vez más extendida de que los ciudadanos somos los máximos responsables de esta ola de Omicron. El mundo capitalista se centro en vacunar únicamente al mal llamado primer mundo, olvidándose del resto del planeta. Esa parte que tanto le gusta explotar. No quisieron saber nada de las posibles mutaciones del virus y todos sabían que iba a pasar. Ahora pagamos las consecuencias de esa dejadez neoliberal. Y seguramente habrán muchas más.