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Lecciones platónicas

Desde el siglo XXI, leo con atención el legado que dejaron los filósofos de la Antigüedad Clásica. Intento recrearme en la crisis ateniense y entender, de alguna manera, a Platón. Entender al pensador que sufrió la muerte de su profesor. Sufrió, como les digo, la muerte de Sócrates, condenado a beber cicuta por corromper las mentes de los jóvenes. Y falleció a manos de la democracia de Trasíbulo, la misma que puso fin al Gobierno de los Treinta Tiranos. Aristocles, apodado como Platón, no simpatizaba con la democracia. Y no lo hacía por tres razones. La primera porque cualquiera – salvo los grupos sociales vetados – podía ejercer cargos públicos sin ninguna credencial educativa. La segunda porque esa minoría, que ostentaba el poder, no atendía a principios universales y necesarios sino al relativismo moral, el convencionalismo y el empirismo político de la sofística. La tercera porque la democracia de Trasíbulo asesinó a Sócrates, el hombre más justo de todos los hombres. Hoy, las razones que esgrimía Platón siguen vivas entre nosotros.  Y siguen porque no se necesita ninguna formación mínima para ser concejal, diputado autonómico o ministro. Y continúan porque, una vez en el poder, algunos políticos se comportan de forma maquiavélica, gobiernan atendiendo al interés particular, pierden la humildad y hacen cualquier cosa por la ostentación de sus cetros.

Platón, harto de la política de su tiempo, escribió La República, un texto que hoy, más de dos mil seiscientos años después, sigue vivo entre nosotros. En ese libro, Aristocles trazó su Estado ideal. Y ese estado no era otra que una comunidad orientada al bien. Era un Estado alejado del neoliberalismo actual. Alejado del individualismo que supone el "credo americano". Un Estado en consonancia con la estructura tripartita del alma. De esa alma que preexistió en el mundo inteligible y que quedó atrapada en el cuerpo de los humanos imperfectos del mundo sensible. Esa alma, nos diría Platón en el mito de la caída, guarda relación con un carro dirigido por un auriga – que representa la parte racional – tirado por dos caballos. Uno dócil y blanco – parte irascible – y otro indomable y negro – parte apetitosa del alma -. El auriga debe mantener el equilibrio y garantizar la seguridad del trayecto. De esa manera se consigue que el alma sea justa. Y lo será cuando la cabeza – la razón – dirija al corazón – las pasiones – y el bajo vientre – los caprichos y placeres -. Es necesario que hagamos una racionalización de las emociones para evitar que estas rompan el equilibrio interior.

Ese equilibrio también tiene su paralelismo en la estructura de la sociedad. Una sociedad, nos diría Platón, está en armonía, o sea es justa, cuando la clase gobernante gobierna a los productores y guerreros. Y ese equilibrio social, queridísimos amigos, se ha roto en las sociedades actuales. Estamos ante una ruptura del Estado ideal platónico. Estamos, y disculpen por la redundancia, ante sociedades gobernados por el apetito en detrimento de la razón y las pasiones. Y este desequilibrio, nos sitúa ante un capitalismo que no es otra cosa que la subordinación de la cabeza a la inmediatez de los caprichos por las cosas materiales. Estamos ante la sospecha de la razón, en palabras de Paul Ricoeur. ¿De qué ha servido la razón capitalista, si nos ha traído más desigualdad y miseria moral? Es necesario que el auriga coja las riendas de la biga. Es necesario que paremos los pies al caballo indomable y negro. Y para ello, es urgente que se rompa el culto a la emoción. Una emoción tóxica que secuestra a la razón y nos sitúa desnudos ante el vicio y la tentación.

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1 COMENTARIO

  1. Juan Antonio

     /  1 noviembre, 2021

    ¿Es verdaderamente la república de Platón una sociedad justa?
    Una sociedad elitista como la describió, es lo que tenemos ahora pero gobernada por avaros y cínicos.
    Los pudientes económicamente manejando el mundo, cuidados por sus guerreros y los trabajadores somos los esclavos de esa «sociedad perfecta», sin opciones de desarrollo ni mejora en ella.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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