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De política y Epicuro

Ayer estuve en Grecia. Necesitaba, la verdad sea dicha, una bocanada de aire fresco que desintoxicara mis neuronas de los contaminantes del vertedero. Allí, en el siglo IV a.C., envié un wasap a Epicuro. Le dije que estaba de paso por la Stoá Poikílé – en el "Pórtico de las Pinturas" -, la escuela de los estoicos. Tras saludar a Séneca y Epicteto, viajé a Samos. Allí, tomé café con Epicuro. Me dijo que estaba escribiendo una Carta a Meneceo. Una carta donde criticaba a Aristóteles, su "animal social" y su concepto idílico de la polis. Hablamos de física, lógica, felicidad e independencia. La ética no es amiga de las razones – como diría Sócrates y Platón – sino de las sensaciones. Son los sentidos, las presunciones y las pasiones; los auténticos criterios de verdad. Criterios que estuvieron en conexión, en la Edad Moderna, con la ética empirista de Hume. Me preguntó por el neoaristotelismo. Le dije que las proclamas comunitaristas no han casado bien con el credo americano. El asociacionismo y el espíritu cívico han enfermado ante la victoria del neoliberalismo.

En los albores del siglo XXI, las personas confunden la felicidad con lo material. Cuando la gente goza de trabajo, casa y automóvil, entonces desea mejor trabajo, mejor casa y mejor automóvil. Estamos ante una espiral del "tanto tienes, tanto vales". El placer ya no es sinónimo de apathéia o serenidad del ánimo, como diría Epicuro. Estamos ante una sociedad nerviosa. Nerviosa porque siente nostalgia por un pasado que se percibe como mejor. Y nerviosa porque sufre ante la incertidumbre que provoca el misterio de la vida. Y esa intranquilidad suscita insomnio, úlceras gástricas y autodestrucción. Falta quietud, reflexión y contemplación; tres ingredientes necesarios para mantener el equilibrio entre las tres almas que diría Platón. Y para ello, para mantener la calma interior, se necesita la independencia respecto a los deseos y los demás. Esta cultura del "vive tu vida" y "deja vivir" se proclama como reclamo para acariciar la felicidad. Una felicidad que se muestra como aquella mariposa que vuelva y no se deja atrapar. Solo quienes riegan su jardín consiguen que la mariposa vuele hacia él. Así las cosas, me comentaba Epicuro, la política se convierte en un estorbo para la felicidad. Lo es porque la política se basa en la ambición y la utopía.

La política no ofrece quietud al espíritu. La política prostituye la humildad y la convierte en vanidad. Pone a prueba la honestidad con el licor de la tentación. La política se presenta como un viaje hacia la erótica del poder. Un viaje que, en la mayoría de las ocasiones, finaliza en las puertas giratorias de un hotel. La política, me decía Epicuro, es sinónimo de utopía. Y lo es porque solo los ilusos creen en la transformación objetiva del mundo. Un mundo que cambia, a cada instante, conforme los humanos cambian su actitud ante el mismo. Es necesario que cada uno "viva en lo oculto". Que cada persona busque el placer en la tranquilidad porque no hay nada más gratificante para la salud que un sueño profundo y reparador. Mientras paseaba por el jardín, Epicuro reflexionaba sobre la igualdad. Criticaba a Aristóteles por su rechazo a que las mujeres, los esclavos y los trabajadores agrícolas participasen en los asuntos de la polis. Tanto es así que Epicuro creía en la amistad transversal. En una amistad basada en la  confianza y seguridad ante la adversidad. En una amistad alejada del utilitarismo maquiavélico del "usar y tirar".

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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