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Tertulias al fresco

Amanece nublado en mi pueblo. Desde mi balcón, veo a lo lejos los días de septiembre. Días cortos y apagados que contrastan con las tardes largas y soleadas de julio. Tardes de veraneo, de calor asfixiante y cigarras que cantan desde la copa de los árboles. Se nos va el verano, se nos va. Se nos va un verano insólito. Insólito porque Messi dijo adiós al F.C. Barcelona. Porque han fallecido cientos de personas por coronaviruos. Insólito porque miles de afganos han huido, y huyen, de su país por el regreso de los talibanes. Miro septiembre y vislumbro la vuelta a las aulas. Aulas más apretadas, con menos distancia entre mesas, y con la mayoría de los alumnos vacunados. Aulas temerosas ante las nuevas cepas del virus. Cepas más contagiosas y persistentes. Y cepas que ponen en vilo a negacionistas y vacunados. Llega septiembre, y con él las precipitaciones y las tormentas políticas.

En El Capri, inundo mis penas con la espuma de la cerveza. Allí, solo en el taburete, leo noticias en las páginas del vertedero. Noticias sobre Sánchez y las repatriaciones de Ceuta. Noticias sobre tintoreras en aguas equivocadas. Y noticias sobre una España dividida. Sobre una España que sigue atascada en los prejuicios de la contienda. Y sobre una España que no gestiona bien la diversidad de pensamiento. A dos taburetes del mío, Jacinto discute con Manolo sobre la cuestión territorial. Discuten sobre Cataluña. Sobre el indulto a los presos del procés. Y discuten sin mencionar a Pujol, el mismo que gobernaba con socialistas y populares en provecho de su tierra. Peter ya no es aquel roquero de los ochenta. Ya no cuenta con ese tupé y esa chupa de cuero que cautivaba a las rubias del garito. A los sesenta, la vida se percibe diferente. Se percibe con las gafas de la angustia y las piedras del fracaso. A los sesenta, llegan los lamentos. Y llegan los dolores por las espinas clavadas durante los tiempos de guerrilla.

A las cinco de la tarde no hay ni un alma en El Capri. La gente está en las playas. En playas parceladas por eso de la Covid. Playas con cuerpos envueltos de crema, de niños jugando a la pelota y de gente caminando por los relieves de la arena. Playas con miles de diálogos al unísono. Y playas con familias que distraen sus penas con dimes y diretes. Playas repletas de misterios y leyendas. De niños ahogados y colchonetas perdidas. Playas, unas más grandes que otras, que relajan el espíritu e invitan al descanso. Peter, a eso de las ocho, enciende la televisión. Una televisión antigua. De esas que pesaban toneladas y que casi nunca se rompían. En el telediario, miles de peces muertos inundan la pantalla. Peces amontonados al filo de la arena. Peces muertos. Muertos por la pandemia. Por una pandemia que sacude el Mar Menor. Una pandemia que no discrimina entre jóvenes y ancianos. Una pandemia que nos recuerda a las coplas de Manrique. El ventilador mueve el aire del garito. La ola de calor hace sus estragos en las vísceras de mi pueblo. En la calle, los abanicos bañan de color las tertulias al fresco y el sonido de las pipas.

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2 COMENTARIOS

  1. Como siempre, al leerte, se vive lo que cuentas

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  2. Cristina

     /  26 agosto, 2021

    Fiel reflejo de la realidad.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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