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Polizones, padrinos y la erótica del poder

Decía Aristóteles que la justicia legal, o general, consistía en la virtud ético-política. De hombres buenos, sociedades buenas y viceversa. No existía, o al menos no debería, una línea que separase los intereses particulares de los políticos. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado. Muchos individuos entran en política con fines lucrativos. Persiguen el interés particular en detrimento del general. Son gente, en muchas ocasiones, sin oficio ni beneficio que avistan en los aparatos una oportunidad de ascenso social y puertas giratorias. La política con fines particulares fue duramente criticada por Max Weber. Decía este sociólogo, de origen alemán, que existen políticos por vocación y políticos por profesión. Para los primeros, la política es un viaje turístico. Un desplazamiento de ida y vuelta. Un viaje cuya finalidad es disfrutar la experiencia del paisaje, Para los segundos, la política es un viaje de negocios. Un viaje para hacer contactos, salir en las fotos y obtener beneficios.

La entrada en política, a fin de cuentas, es una aventura fácil. Fácil porque cualquiera se puede embarcar sin más requisito que la edad. Fácil porque no hace falta acreditar conocimientos legales, ni económicos ni otros académicos. Ni siquiera se necesita un curso que habilite para el ejercicio de la oratoria, retórica o erística, entre otros. Tampoco hace falta saber, qué es el Debe o el Haber u otras vocales contables. Cualquiera puede ostentar la cartera de ministro. Y la puede ostentar sin acreditar competencia alguna en la materia. Se puede ser ministro de sanidad, por ejemplo, sin conocer cómo se organiza un hospital. O ministro de medio ambiente sin distinguir entre Olmo y Abeto. Estamos, queridísimos amigos, ante una clase política que no atiende al principio de equidad, propio de la justicia distributiva. No existe una correlación entre esfuerzo y mérito. El mérito para llegar a ser político no se basa en el esfuerzo sino en la oportunidad del camino. Tanto es así que en la cúspide de los aparatos, no están los mejores sino los adecuados. En muchas ocasiones, la suerte es la responsable de que fulano o mengano empuñen la hojalata de los cetros.

Dentro de los aparatos, el viaje hacia la cima se presenta arduo y peligroso. Arduo porque existen polizones y padrinos. Polizones que desgastan suelas de zapatos, visitan mercadillos y tejen amigos más allá de sus ombligos. Y padrinos que ponen zancadillas, apuestan por sus ahijados y mueven los hilos desde sus camerinos. La política es peligrosa porque existe lucha de sables entre bambalinas. Una lucha de descalificaciones personales, traiciones, conspiraciones y cambios de chaqueta. Son las cloacas de la política. De una política barata, y barriobajera, donde la foto y el postureo eclipsan, cada día, el rigor de la gestión, las ruedas de prensa y los argumentos en la tribuna. Estamos ante una partidocracia, de tintes maquiavélicos. Una partidocracia presa de la transversalidad. El sillón de los políticos está ubicado en una sala con puertas giratorias. Una sala que asoma a múltiples despachos donde confluyen cientos de intereses económicos y personales. Y en ese circuito con curvas, rectas y giros repentinos es donde reside la erótica del poder. Una erótica que pervierte la vocación por lo público y transforma a los humildes en vanidosos.

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2 COMENTARIOS

  1. David Ortolá

     /  10 junio, 2021

    Me ha extrañado ver que no hay comentarios, ante tales verdades, y sobre todo a las referencias tan contrastadas e importantes para nuestro devenir.
    No obstante, me asalta una pregunta, que propone el autor como Sistema de Gobernanza de un país?, pues pareciera que si todos los políticos son así, estaríamos hablando de anarquismo, en alguna de sus variantes, o quizás una dictadura.
    Quisiera saber la respuesta del autor del artículo y del blog, y por supuesto, de todos/as los seguidores. Un saludo!

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  2. Raquel Arreola

     /  11 junio, 2021

    De acuerdo con sus palabras. La cuestión sería que los políticos deberían contar con la obligatoriedad de cursar la carrera en ciencia política y de la administración, así como el médico cuenta con la carrera de medicina o el abogado con la de derecho. Por supuesto ello no asegura la calidad de los mismos o que no se dejen llevar por la corrupción, al igual que en cualquier ámbito, pero asegura un mínimo de interés y de conocimientos en la materia.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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