Más allá del periodismo, los hechos necesitan literatura. Hoy, en medio de una pandemia asfixiante, echo de menos el renacimiento de la nostalgia. Echo en falta a otro Schopenhauer que mire hacia el pasado con las lentes empañadas. Echo de menos otro literato que sueñe con los tiempos prepandémicos. Con aquellos días primaverales donde los rostros lucían desnudos en los recovecos mundanos. Y con aquellos días otoñales donde las aglomeraciones olían a perfume. Esa mirada por el retrovisor del presente se nos presenta como urgente. Urgente porque en el sueño habitan cientos de consuelos. Y urgente porque el refugio nos sirve para clamar esperanza. En ese refugio, de recuerdos y sentidos, la literatura se convierte en un vehículo para el espíritu. Un vehículo cargado de poesía. Poesía desgarrada ante la desolación que supone la fragilidad de la carcasa.
Leo ensayos sobre la pandemia. Ensayos sobre la fugacidad de la vida, el poder del ahora y el cultivo del detalle. Ensayos entremezclados con datos y disertaciones filosóficas. Estos ensayos otorgan sosiego a la razón pero olvidan la metafísica del dolor. Hoy, necesitamos más pasión y menos razón ante la angustia del azar. Una angustia que nos sitúa en la frontera de la debilidad. En una frontera donde el temor a la enfermedad se apodera de nosotros. Es ahí en esa línea roja donde necesitamos a Nietzsche. Ahí, en la decadencia del espíritu, debe resurgir una voluntad de poder. Una voluntad por crecer. Y una voluntad que provoque en nuestro interior la descontextualización. Solo así, mediante la descontextualización, conseguimos que la voluntad se ponga al servicio del entendimiento. Esta puesta a disposición, nos sitúa ante la angustia de Kierkegaard. Nos sitúa ante la paradoja de tomar decisiones y asumir los costes de oportunidad. Y nos sitúa en el peldaño de la responsabilidad.
Por mucho que leo no encuentro lo que busco. Busco letras encadenadas que pongan en valor la fuerza interior. Letras que miren a través de ventanas abandonadas. De ventanas en medio de océanos y lagos olvidados. De ventanas hacia glorias del pasado. Y de ventanas que miren a lugares oníricos. A lugares donde cualquiera pueda viajar sin necesidad de despegar. Esa es la literatura que busco por los rincones. Por los rincones de bibliotecas clandestinas. De bibliotecas calcinadas por el poder de las hogueras. Y en "ese buscar sin encuentro" viven miles de lectores. Lectores prisioneros en sus mundos. Unos en sus novelas históricas, otros en sus ensayos. Y otros en sus lecturas de periódicos. Y en esas celdas, en esas lecturas privadas, somos libres. Libres porque soñamos. Y libres porque viajamos. Viajamos por nuestras sendas interiores. Y en ese viaje elegimos los paisajes, el color de los destinos y el sabor de la nostalgia.