Desde que comenzó el confinamiento, recibo a diario correos electrónicos de lectores. Lectores preocupados por el devenir de la epidemia y el desenlace de sus vidas. Las crisis, en conversaciones con Gregorio, ponen en evidencia la necesidad de un Estado social fuerte. Y digo fuerte porque tal fortaleza determina el impacto que tienen las mismas en el tejido ciudadano. El coronavirus ha sacado los colores a la economía sumergida. El Covid-19 ha dado un golpe bajo a la Hispania del precariado. Aquella Hispania que malvive con contratos fraudulentos. Gente cuyos documentos laborales no reflejan la realidad de sus jornadas. Y gente que, ante el primer revés del mercado, se ven patitas en la calle. A esos, aparte de los médicos, es a quienes deberíamos dedicarles una cuantas palmaditas desde los balcones confinados. Ese aplauso haría justicia al dolor que se siente cuando los derechos no son reconocidos por incumplimiento de los deberes.
Aunque no queramos hablar de ideología, lo cierto y verdad es que de aquellos polvos estos lodos. Hoy sufrimos los efectos de la Reforma Laboral de Báñez. Una reforma que desmanteló el Estatuto de los Trabajadores y que dejó al proletario al borde del precipicio. Hoy, queridísimos lectores, sufrimos los efectos malévolos de la Ley Wert. La misma que recortó y endureció el derecho a las becas. Y la misma supuso que miles de estudiantes no pudieran estudiar carreras como medicina, por ejemplo. Hoy sufrimos, claro qué sí, los daños de aquella Europa sin escrúpulos que recortó y recortó hasta dejar anoréxica a las clases medias europeas. Y hoy, España sufre. Y sufre porque tiene miedo a que, después de la tormenta, vuelvan los recortes. Recortes en forma de congelaciones salariales. Y recortes en las prestaciones sociales, la única esperanza de una sociedad empobrecida. Aunque sea cierto que este maldito virus nos ha pillado a todos desprevenidos. No es menos cierto que una cultura socialdemócrata se convierte en la mejor aliada para afrontar con igualdad las recesiones económicas.
Europa duele. Y duele, queridísimos lectores, porque su única unión es el dinero. Un dinero huérfano de alianzas políticas, militares y científicas. Estamos ante una Europa que barre al unísono en el combate contra el virus. Una Europa donde cada uno gestiona aisladamente su confinamiento. Un confinamiento necesario, y al mismo tiempo sacrificado, para conseguir espantar al bicho que nos ataca. A esa Europa unida en las risas y desunida en los llantos, no se merece que la llamemos justa. Más allá del virus, somos víctimas de las estructuras. Estructuras de cartón que ante las inclemencias meteorológicas se convierten en garabatos. Hace falta, hoy más que nunca, una Europa social. Una Europa solidaria que reme para los estados en lugar de los mercados. Hoy más que nunca se necesita ideología. Ideología para no tropezar otra vez en aquella unión merkeliana que hizo oídos sordos al grito de las mareas. Mareas de batas blancas y verdes que clamaban sus derechos en medio del asfalto. Y mareas, a las que hoy aplaudimos desde el suelo de los balcones.
Bernat Quilez Colet
/ 13 abril, 2020Buenas noches!!! Completamente de acuerdo!!! Debemos pensar menos en nosotros mismos,y más, mucho más en los demás!! Solo así saldremos adelante!!! Un abrazo ??