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Sobre la DANA y el periodismo ciudadano

Esta semana, la Vega Baja del Segura – la tierra que me vio nacer – ha sido noticia a nivel mundial. Noticia, queridísimos lectores, por culpa de la DANA, el temporal que azota el levante español desde hace un par de días. Días en los que la investidura de Pedro Sánchez ha pasado a un segundo plano. Y días donde la UME ha sido la protagonista en los sumarios de la mañana. Hoy, a diferencia de hace treinta años, las catástrofes climatológicas son más llevaderas. Y lo son, como les digo, porque la interconexión a través de los móviles y las redes sociales hace que el grito de socorro sea más oído. Me contaba Peter que, en la riada del ochenta y siete, la función de la radio fue clave para la coordinación de los equipos de emergencias. Recuerdo que la emisora de mi pueblo – Radio Callosa – emitió, durante veinticuatro horas seguidas, un especial "inundaciones". Gracias a esa emisión supimos el paradero de José, Manolo y decenas de vecinos. Vecinos que, tras la jornada laboral, quedaron atrapados en los coches de la época

Hoy, la coyuntura es distinta. Distinta porque los móviles y las redes sociales permiten que la angustia ciudadana sea más llevadera. Más allá del postureo político, de Instagran y la foto de políticos trajeados en las calles inundadas, el mérito es para los avances tecnológicos y la función del ejército. La llegada de políticos al lugar de la tragedia, nos recuerda a aquel alcalde anglosajón que, gracias a las botas verdes, ganó las elecciones. Es precisamente la UME, Guardia Civil, Policía Local y los bomberos quienes deberían, entre otros, aparecer en los selfies de cientos de damnificados. Son ellos, maldita sea, y no los políticos quienes deberían ostentar el mérito colectivo. Y son ellos – y no los políticos – porque, en muchas ocasiones, las consecuencias nefastas de ciertas inundaciones son provocadas por la mala praxis en las políticas urbanísticas. Así las cosas, sería urgente que las corporaciones locales tomaran cartas en el asunto. Sería urgente que los ayuntamientos hicieran una revisión de sus planes urbanísticos. Una revisión de las edificaciones ilegales en los caudales de las ramblas. De las rotondas en lugares equivocados y de casoplones en medio de la huerta.

Ante momentos catastróficos, como los vividos esta semana, los medios de comunicación deberían reconsiderar su función. Digo deberían, y digo bien, si no queremos caer en la prostitución de la información. Una prostitución marcada por la circulación de miles de fotografías repetidas en la selva de los aparatos. Es precisamente, ese aluvión de noticias procedentes del boca-oído colectivo el que ningunea la labor del periodista. Para ello, para que ambos medios – el periodismo ciudadano y el profesional – coexistan en un mismo espacio, es necesario que el segundo reinvente su función. Hace falta que el periodismo profesional se convierta en la voz crítica del otro. Un periodismo de entrevistas, de voces técnicas y formación social sería una apuesta segura para sobrevivir a la amenaza de su depredador, la corresponsalía ciudadana. Corresponsalía compuesta por millones de personas que, desde cualquier rincón del mundo, inmortalizan el suceso y lo hacen noticiable.

La inmediatez ya no es la ventaja competitiva de los medios audiovisuales frente a las tortugas del papel. La inmediatez ciudadana invalida la espera informativa de los tiempos ochenteros. Sin el monopolio de la exclusividad visual, sin el obstáculo de la distancia y sin el control de la agenda setting; los medios de comunicación están enfermos de por vida. La cura pasa, como subrayo en el párrafo de arriba, por la crítica informativa. Una crítica consistente en contrastar, desmentir y esclarecer lo que se vierte desde el periodismo ciudadano. Hace falta que los medios se conviertan en los jueces, o los guardianes, del fenómeno informativo. Un fenómeno que no podemos frenar pero sí gestionar con las herramientas profesionales. El medio de toda la vida, el periódico bajo el brazo, se ha convertido en un artilugio para nostálgicos del pasado. Ante este panorama, desolador, el periodista debería convertirse en un gestor, u organizador, de la información callejera. Una información, la mayoría de las veces, con sesgos de postverdad y cantidad.

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3 COMENTARIOS

  1. José Mestanza Martin

     /  15 septiembre, 2019

    Bueno al menos no has puesto pseudoperiodismo; el periodismo está tocado del ala, desde que lo compró el capital; el periodista de hoy, escribe por encargo o está en nómina y si se mueve de ahí, va al paro.

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  2. Carmen

     /  15 septiembre, 2019

    Estoy de acuerdo, se preocupan más del morbo que de la noticia y eso hace daño a mucha gente.

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  3. Jordi cabezas salmeron

     /  15 septiembre, 2019

    Muy bueno

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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