Todos los años, el día de Nochevieja, ceno con los míos en casa de mis suegros. Al calor de la chimenea, recordamos viejas anécdotas familiares y, al final, no sé como nos las apañamos, que terminamos hablando de política. Ayer; aparte de Rajoy, Pedro Sánchez y todo el cortijo junto, hablamos de Ronaldo. Se preguntaba mi padre: "Por qué criticamos el sueldo de un diputado y, sin embargo, no decimos ni pío acerca de los ingresos de Cristiano". Pensándolo bien, el hombre tenía razón. Al fin y al cabo, el sueldo de un diputado – setenta mil euros al año – es una migaja, al lado de los setenta y siete millones de euros que cobró, el año pasado, el jugador de Florentino.
Es el mercado, le respondí a mi padre, el responsable de semejante injusticia. El ajuste entre la oferta y la demanda es el que permite que unos cobren tanto y otros tan poco. A pesar de ello, NADIE – y lo pongo con mayúsculas – se ha manifestado en contra de esta burbuja, a la que llamamos futbol. Resulta inadmisible que unos hagan malabarismos para pagar la factura de la luz y otros, por darle cuatro patas a un balón, cobren estas salvajadas de dinero. Por mucho que nos indignemos, la vida está así montada. Lo está porque nosotros – los tontos, los idiotas – lo permitimos. Permitimos que el futbol mueva montañas y permitimos – y no se enfaden por ello – que unos tengan la fama y otros carden la lana.
Después de comer las uvas y "solucionar los problemas del país" nos fuimos a casa. El día de Nochevieja, nos gusta quedarnos en el sofá – tapaditos con la manta – hasta las tantas de la madrugada. Nos pusimos "Noche de Paz" y con una botella de sidra y unos bombones de Mercadona, disfrutamos de las primeras horas del año nuevo. Nos olvidamos de las deudas, los dolores y los problemas laborales. Desconectamos del estrés de cada día y ese momento – la verdad dicha – nos hizo más feliz que muchos billetes juntos. A las cuatro de la mañana, tras poner el móvil a cargar, le eché un vistazo al Twitter. Un atentado – leí en un periódico del vertedero – deja una treintena de muertos y no sé cuantos heridos.
Si antes fue la sala Bataclan, ahora es una discoteca de Estambul. Al fin y al cabo, se repite el mismo ritual que decenas de atentados perpetrados desde el año 2001. Atentados que apuntan contra víctimas inocentes. Gente ajena a los problemas internacionales, que fallecen por el simple hecho de encontrarse accidentalmente en el lugar equivocado. Aparte de tales salas de diversión, los atentados de los últimos años utilizan el transporte. Si antes fueron los aviones y los trenes, ahora son los camiones. Camiones que cruzan paseos marítimos y mercadillos navideños. Camiones que arrasan a todo aquel que se cruza en su camino. Ante esta inseguridad colectiva, lo único que le podemos pedir al 2017 – aparte de dinero, trabajo y salud – es que la paz reine nuestro destino.
dezabaleta
/ 11 enero, 2017Los problemas siguen ahí….