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Lepenismo, mileísmo y otros ismos

Mucha gente se pregunta, por qué la ultraderecha asciende en Europa, y en concreto en Francia. No se entiende, por qué existe una reactivación de ciertos discursos del pasado. Lo mismo sucedió con Trump, que ganó las elecciones con un relato de mimbres proteccionistas y etnocéntricos. Recuerdo que se hablaba de un muro entre Estados Unidos y México, como si de los tiempos medievales se tratara. El ser humano es un animal territorial por naturaleza. Lo mismo que el perro o el gato defiende su espacio, Manolo o Jacinto hacen lo mismo con el suyo. Y lo han hecho desde que un sujeto dijo aquello de "este territorio es mío". La propiedad privada – que tanto critcó Rousseau – aparte de sus ventajas, suscita desigualdad, envidia y deseos expansionistas. Contra esta miseria moral, Marx buscó una solución en la sociedad comunista. Una sociedad donde nadie es más que nadie sino todos los seres son cortados por las mismas tijeras. Sin embargo, el liberalismo radical aboga por un mercado que fomenta el individualismo y que culpa o responsabiliza al ser humano de su sino.

Este liberalismo resurge con fuerza en Europa y también en Argentina. Milei, tras su estancia en España, criticó al socialismo de Sánchez. El liberalismo agudo defiende un Estado mínimo, o dicho de otra manera, un Estado cuyas funciones se reducen a velar por la seguridad del país y poco más. El mercado, y de ahí la economía clásica que defendía Adam Smith, debe funcionar con la mano invisible. El Estado produce, según esta doctrina, desequilibrios o desajustes en las decisiones de qué, cómo para quién producir. El ser humano debe, en función de sus capacidades adscritas o adquiridas, luchar para sobrevivir en las estructuras del capitalismo salvaje. De ahí que, como ocurrió en la Inglaterra de finales del siglo XVIII, los débiles se convertían en juguetes rotos para el capricho de unos pocos. Esta ideología, de corte darwinista, viene decorada por el credo de la felicidad. Se exige ser feliz. Y hoy, ser feliz es algo muy distinto a la ataraxia – o tranquilidad del alma – que defendía el helenismo. Ser feliz – en el siglo XXI – significa la consecución de retos y el reconocimiento por los mismos. Significa, repetir una y otra vez: "lo he conseguido por mis propios medios", "por mi mérito y esfuerzo" o "porque yo lo valgo"; entre otras frases similares.

Como decíamos atrás, en esta jungla, nos convertimos en animales en busca de comida y defensores del espacio. De tal modo que se activa una conciencia del espacio frente a las amenazas del enemigo. Se teme por perder lo conseguido. Y se teme porque el otro ocupe o se adueñe de nuestra zona de confort. Este temor es recogido, en forma de relato, por algunas fuerzas políticas. Si usted no para la amenaza, su vida – su felicidad – se verá, tarde o temprano, cuestionada. De ahí que el Trumpismo tocase esta tecla. Tocase la tecla de la pérdida de confort vital por parte de la clase media americana. Una clase social, que percibía su descenso por culpa de una clase terrateniente, que encontraba en la inmigración una mano de obra abundante y barata. Y por otra parte, percibía – y valga la redundancia – el posible ascenso de la clase trabajadora gracias a la clase alta de la América vaciada. Estas circunstancias, movieron el voto de millones de estadounidenses, de clase media, hacia la parte republicana. En Europa está pasando algo similar. Se ha construido, en la última década, una conciencia de riesgo de desaparición de la clase media. Los chalecos amarillos ya se hicieron eco de ello con sus protestas. "¡Cuidado que cada vez somos más pobres con apariencia de ricos!". Este miedo alimenta el auge de nuevos populismos y el renacimiento de viejos estribillos. Atentos.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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