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Garzonadas

En política, las palabras son esenciales. En la democracia de Pericles, los sofistas enseñaban oratoria y retórica a los futuros alcaldes de la polis. Enseñaban a defender algo y su opuesto. Eran, como diría Platón "malhechores de la palabra" y "usurpadores del lenguaje". La educación sofista, a diferencia de la socrática, no consistía en la búsqueda de verdades absolutas sino en la consecución del poder a toda costa. Los sofistas eran algo así como asesores políticos o politólogos que cobraban por enseñar. Para ellos, como defendía Maquiavelo, el fin justificaba los medios. Conocían el auditorio como la palma de sus manos. Sabían qué decir y qué omitir cuando escribían sus discursos. Eran conscientes de que los humanos disponemos de dos orejas y una boca. Luego  oímos el doble de lo que hablamos. El discurso político debía ser un espejo del pensamiento colectivo. Solo así es como un líder consigue conectar con sus oyentes. Y solo así es como se activa el efecto del carisma. Un carisma que persuade y consigue que los otros bailen la jota.

Los políticos torpes son aquellos que dicen cosas contrarias al pensamiento de sus posibles votantes. Son aquellos que "meten la pata" por decir algún que otro gazapo. Y son quienes la lían en las entrevistas televisivas o en los paraninfos de Twitter. Acto seguido, llegan – como todos sabemos – los desmentidos y las disculpas para subsanar el error, o mejor dicho, la "incorrección política". Son, como diría mi abuelo, "torpezas políticas". Tantas hay, a lo largo de la democracia, que podríamos editar un recopilatorio de las mismas. El otro día, sin ir más lejos, Alberto Garzón cometió una de ellas. Y la cometió porque recomendó – con todo el buenísimo del mundo – no comer carne roja. Una recomendación añeja que, desde hace décadas, la refieren médicos, nutricionistas y la OMS, entre otros. Un elevado consumo de carne roja puede aumentar el riesgo de padecer cáncer, insuficiencia cardiaca, ácido úrico y otras patologías. Luego, la recomendación del ministro vela por la salud pública. Se podría considerar una recomendación moralmente buena pero torpe, muy torpe, en lo político.

En política hay que llevar mucho cuidado con tales recomendaciones. Por muy moral que sean nunca llueve a gusto de todos. Siempre hay algún que otro interés perjudicado. Y en este caso, el interés lastimado por parte de Garzón no es otro que el de miles de ganaderos y hosteleros. La carne mueve 20.000 millones de euros en España. Se convierte así en un pilar básico de nuestra economía. Crea miles de puestos de trabajo, directos e indirectos. Y tiene un peso importante en la estructura del PIB. Estamos, por tanto, ante un tema delicado. Garzón, con su discurso, barrió para los suyos – ecologistas, animalistas y veganos – pero perjudicó a miles de ganaderos. Una "garzonada" que trajo consigo la intervención del presidente. Una intervención más política que moral cuyo objetivo no fue otro que salvaguardar el interés general. El delfín de la izquierda fue desacreditado por su jefe de filas. Ante ello, Alberto debería dimitir. Dimitir porque su mensaje fue ninguneado por su socio de gobierno. Porque lo político – en este caso el sanchismo – se interpuso a la moral social. Y porque la dignidad de un hombre está por encima de cualquier torpeza política.

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3 COMENTARIOS

  1. Jordi cabezas salmeron

     /  12 julio, 2021

    Ok

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  2. El Decano

     /  12 julio, 2021

    Sin entrar en el ninguneo de uno y la dignidad del otro, está claro que los impactos negativos de la producción y el consumo prolongados de carne roja (especialmente la procesada) en el medio ambiente, la pérdida de recursos naturales y el aumento de las temperaturas de nuestro planeta, terminarán perjudicando a todos los habitantes y países. Necesariamente, tarde o temprano, poder y ciudadanía convendrán que les interesa actuar conjuntamente para limitar la producción y el consumo.

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  3. Juan Antonio Luque

     /  12 julio, 2021

    Antes que dimitir Garzón por ser coherente con sus ideas, debería cesarlo el presidente del gobierno si no esta deacuerdo con sus opiniones y propuestas, pero todos sabemos que no será asi.
    Que su propuesta ha molestado al capitalismo sin duda, pero es lo que tenemos. Por esa regla no deberían presentarse a elecciones es todos aquellos que estén contra el neoliberalismo ya que ninguno podrá poner en practica sus propuestas electorales. Aunque ya se están encargando, muy bien, de adiestrar a los más vulnerables para que apoyen mentiras y cinismo y vean como enemigo a quien pueda luchar por sus derechos.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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