• LIBROS

Entrada siguiente

El periodismo espejo

Uno de los motivos por los que no abandono este blog no es otro que mi carácter. Mi personalidad no encaja en casi ninguna cabecera. Aunque en los medios que escribo – que son muy pocos – tengo libertad de expresión, faltaría más, existe – no nos engañemos – una línea editorial que determina, de alguna manera, el sentido de las plumas. Los periódicos, y esto no es nada nuevo, barren para su clientela. Aunque su producto sea la información, que lo es, su objetivo radica en vender ejemplares. Detrás de los medios de comunicación hay redactores, jefes de sección, repartidores y administrativos, entre otros. Trabajadores que pagan sus hipotecas, compran en el supermercado y luchan, como todos, para mantener su empleo. En la prensa, como diría un viejo conocido: "o pasas por el aro, o tienes los días contados". Tanto es así que los periodistas trabajan a sueldo de los lectores. Los lectores son quienes marcan, y que nadie se lleve a engaño, la rúbrica de las plumas. Son ellos quienes deciden si compran ABC, El País o La Vanguardia, por ejemplo.

Se han escrito ríos de tinta sobre periodismo. Se ha dicho que el buen periodista es "aquel que le saca los colores al poder". Aquel que "publica lo que los demás no quieren que se publique". Y aquel que "no calla los secretos". Estas afirmaciones no son más que leyendas del oficio. Y lo son, queridísimos amigos, porque habrá periódicos que no publiquen aquello que los otros – patrocinadores, mecenas e inversores – no quieren que publique. Porque habrá cabeceras que evitarán sacarle los colores al poder. Y porque habrá periodistas que callarán secretos con tal de no escupir en la olla que les da de comer. Estamos, por tanto, ante un periodismo sesgado por los intereses del capital y la ideología de los lectores. Dos obstáculos que tiran por la borda el eslogan de una "prensa libre, plural e independiente". Y esos obstáculos suponen, a su vez, una piedra en el camino para que aflore la intelectualidad con mayúsculas. El modelo periodístico, encorsetado en líneas editoriales deterministas, impide la contradicción como rasgo común del tejido intelectual. Esa contradicción que poseía Unamuno, por ejemplo, no tiene cabida en el dogmatismo periodístico actual. Y no la tiene porque la ideología lectora no paga "traiciones".

El periodismo español nació muerto desde el minuto número uno en que se imprimió el primer ejemplar. Muerto porque desde los tiempos republicanos sirvió a los intereses de la partidocracia. Y muerto porque siempre hubo una identidad ideológica en los interlineados de las noticias. Una identidad que dividió las cabeceras en izquierdas y derechas. Y una identidad que catalogó a los lectores en conservadores y progresistas. Tanto que "dime qué periódico lees y te diré a qué partido votas". Estas dos Españas mediáticas se ven reflejadas en los debates televisivos y en las tertulias radiofónicas. El periódico ha sido, y será, el espejo de Narciso. Un espejo que refleja, en sus pergaminos, la idiosincrasia de los lectores. El  periodismo espejo se convierte en algo dogmático, previsible y aburrido. Se convierte en ese lago que vela por su reflejo. En ese espejo, colgado en la pared, que nos retrata y reafirma a lo largo de la vida. El periodismo se ha convertido en una fábrica de escribas al servicio del reflejo. En una industria de plumillas alienados que escriben a sueldo de Narciso.

Deja un comentario

1 COMENTARIO

  1. Juan Antonio Luque

     /  4 abril, 2021

    No se puede describir mejor el mundo del periodismo, por lo menos en España.

    Responder

Deja un comentario

  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

  • Categorías

  • Bitakoras
  • Comentarios recientes

  • Archivos

  • Síguenos