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Carta a Galdós

Benito Pérez Galdós (1843-1920)

Estimado Benito. Hace mucho que no sé nada de ti. El otro día hablé con Clarín, me dijo que ya no frecuentabas el Ateneo. Y que tampoco acudías a la Tertulia Canaria. Aquí lo estamos pasando mal. La pandemia azota a toda a Europa y, a pesar, de que disponemos de vacuna, el virus se extiende como la pólvora. Hace un par de meses, Estados Unidos celebró sus elecciones presidenciales. A las mismas se presentó un señor llamado Trump y otro llamado Biden. Me acordé de ti. Me acordé de cuando denunciabas los pucherazos en las elecciones de Madrid. Y me acordé, querido Benito, porque la democracia más avanzada del mundo se parece, y mucho, a la que aparece en tus novelas. Se parece más de lo que crees. La gente comparte las envidias y celos del ayer. España, me duele. Me duele, Benito, porque a mi alrededor solo veo enfrentamientos. Solo veo dimes y diretes. Y muchas contradicciones. Lo sé. Sé que tú fuiste de derechas y acabaste en la izquierda. Fuiste muy contradictorio. Y en ello, te pareces a Unamuno.

El otro día, una turba entró en La Casablanca. Una turba como la que presenciaste en la terrible Noche de San Miguel. La gente, Benito, está loca. La gente ha perdido el norte. Yo tengo miedo. Miedo a que la pandemia acabe con los míos. Peter lo está pasando mal. El Capri está cerrado por los riesgos de contagio. Sus ingresos han bajado. Tanto que ha vendido su coche. Se lo ha vendido a Fermín, un cliente del garito. Aunque la Inquisición haya desaparecido. Aunque las hogueras fueron cosas de tu tiempo. Aquí hay mucha censura. En la prensa solo escriben los de siempre. Los periódicos, me recuerdan a las dos Españas de tu siglo. Ya casi no queda periodismo literario. Echo de menos tus publicaciones en La Nación. Los temas que ahora mismo están en el candelero son la pandemia y la Monarquía. De la Monarquía sabes un rato largo. Me contabas que viviste la caída de Isabel II. Que te pilló de camino a Madrid, tras tu segundo viaje a París. Y que fuiste testigo de la entrada de los generales Prim y Serrano. Aquí la cosa no pinta bien. El rey emérito no anda por aquí. España es una olla a presión. Paro, confusión y una grave crisis de comunicación.

Me preguntabas por la literatura. Hoy, como sabes, se lee menos que ayer. Abundan los libros de novela histórica. Y siempre venden los mismos. Los que, por hache o por be, tienen nombre. Los otros, el rebaño de los anónimos, siguen ahí. Siguen juntando letras; letras sin nombre como diría Gabriel. La gente, Benito, ya no escribe como antes. Todavía no ha surgido otro Cervantes, ni – y permíteme el elogio – otro como tú. Por mucho que te han imitado, Los Episodios Nacionales llevan tu pedigrí. Los novelistas actuales no tienen el ojo avizor que tienes tú. Sus plumas no llegan a ser un bisturí. Faltan escritores de bisturí. Escritores que sepan diseccionar lo cotidiano. Que sepan, querido Benito, escribir desde lo feo. Desde esa ventana que deja ver la desnudez. Espero que tu sobrino y tus hermanas estén bien. El otro día nevó en Madrid. Me acordé de tu bufanda blanca. De aquella bufanda que te ponías, todas las mañanas, cuando paseabas por la calle de la Montera y frecuentabas el viejo Café de Levante. Benito, te dejo. Es hora de dormir. Cuídate mucho. Recuerdos a doña Concha y doña Carmen. Un abrazo, Abel.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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