Desde que comenzó la cuarentena, he leído todo tipo de lecturas acerca de la correlación entre enfermedad y globalización. Tanto que algunos, románticos del comunismo, han visto – en el coronavirus – luz al final del túnel. También, en las páginas del vertedero, he leído sobre las miserias del liberalismo y los efectos comunitarios del Covid-19. Y también, y disculpen por la redundancia, he leído todo tipo de críticas al gobierno y al monarca. Críticas al Ejecutivo por sus supuestos errores – consentimiento de la manifestación del 8-M, el mitin de Vox, la asistencia de Pablo Iglesias al Consejo de Ministros y el confinamiento tardío -. Y críticas a Felipe VI por pasar de puntillas, en su discurso televisivo, por las vergüenzas de la Zarzuela. Aparte de todo esto se suma, más allá de los datos oficiales, miles de noticias y desmentidos que confunden a la gente.
Desde la ciencia política, los efectos nefastos del coronavirus son susceptibles de un análisis comparado. Si observamos, el bicho que azota nuestras vidas se combate desde diversas trincheras y venenos. Entre las trincheras: la autocracia China, la socialdemocracia europea y el liberalismo estadounidense. Y entre los venenos: la confinación de la población, los test detectores y la investigación. Estas trincheras y venenos tienen como objetivo común derrotar al enemigo; el único que ha sido capaz de desintegrar la conexión global y apagar, por un instante, la contienda internacional. Si analizamos los datos, China tiene controlada la curva de propagación, Italia ha superado, en número de muertes a China y Corea del Sur ha reducido bajo mínimos el número de infectados. En Estados Unidos, por su parte, se prevé que la pandemia durará, al menos, de doce a dieciocho meses. De los tres venenos – detección precoz, confinamiento e investigación – parece que el primero es el más efectivo.
Las medias de confinamiento calman pero no curan la herida. Y no la curan porque la ausencia de síntomas, en muchos, casos hace que el bicho se propague como la pólvora. Y esa propagación genera repuntes en la curva de afectados que entorpece su descenso. Por ello, aparte de esta medida y mientras dure el Estado de Alarma, es necesario que los ayuntamientos se conviertan en agentes detectores. Es preciso que en todas las ciudades, grandes y pequeñas, se coloquen – por barrios o por zonas – carpas con profesionales sanitarios para la detección precoz del Covid19. Se debería hacer un triage local que calificara a los detectados en leves, graves y muy graves. Solo así, con los números reales sobre la mesa, sería cuando se podría armar una estrategia eficaz para combatir al enemigo. El confinamiento, sin detección precoz, se convierte, en muchas ocasiones, en palos de ciego. Así las cosas Corea del Sur ha apostado por este camino – el descubrimiento incipiente – y sus resultados saltan a la vista. El encierro en los hogares se convierte en una condición necesaria pero no suficiente para atajar el problema.
La investigación y consecución de una vacuna, con la cantidad de contagiados en el mundo, se convierte en una utopía por la urgencia del momento. Por ello, aunque los chinos hayan dado con la tecla se necesita, queridísimos lectores, tiempo para que el experimento en los ratones corrobore las hipótesis. Por ello, esta medida – necesaria para evitar nuevos brotes en los años venideros – no sirve para atajar la sangría. Por mucho dinero que se invierta, en estos momentos, en I+D+I es tarde para recoger los frutos de las semillas. Eso sí, cuando pase la epidemia, la investigación será algo más que un jarrón bonito de cara a la galería. Paralelo a las medidas sanitarias, la socialdemocracia tiene un papel decisivo. Gracias al coronavirus, la necesidad de un Estado de Bienestar se convierte en un ejército fuerte ante posibles invasiones. Y se hace fuerte y necesario porque sin las medidas aprobadas por el Ejecutivo – salvando los matices y las discrepancias partidistas – hoy, millones de familias estarían al borde del precipicio.