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Vox, Rivera y otras distracciones

Tras la dimisión de Rivera, recibí un wasap de Carlota, la mujer del farmacéutico. Xenófoba de los pies a la cabeza, no entendía por qué había tanto individuo escondido en las filas de Ciudadanos. Dos horas más tarde, coincidimos en El Capri. Desde que falleció su madre, víctima del cáncer, se deja caer por el garito. Hoy, me decía, "por fin los míos se han quitado la careta". Por fin, en este país, la gente ha plantado cara al negocio de las autonomías, al engaño del maltrato y al hartazgo social de que los inmigrantes hagan su agosto en la huerta del Segura. Mientras hablaba, la miré a sus ojos. Me asomé a su interior y deslumbré una Hispania en blanco y negro. Una Hispania sin líneas por en medio, sin caras marrones en el campo y con duros aranceles. La calada del Ducados se entremezclaba con el olor a café que desprendían sus palabras. Unas palabras cargadas de tono, ira y dogmatismo político.

En casa, abrí el frigorífico. Necesitaba, la verdad sea dicha, un par de galletas para calmar el apetito. Para pensar, decía Platón, se necesita calmar el hambre y tranquilizar el corazón. En el despacho, encendí el ordenador y deambulé por las calles del vertedero. Quería saber por qué ese repunte de la ultraderecha española. Por qué discursos de tintes xenófobos, homófobos, antiabortistas, patrióticos y religiosos calaban en la sociedad del veintiuno. Una sociedad – la nuestra – que se suponía empática, dialogante y tolerante. Empática, maldita sea, por qué fue emigrante y sintió como el sudor le caía por los surcos de su frente. Dialogante porque consiguió hacer de la palabra el vehículo de la Transición. Supo combinar el hambre de franquismo con las ganas de libertad. Y tolerante. Tolerante, estimados amgos, porque aprendió el significado de la democracia tras cuarenta años de Nodos, sotanas y tricornios. Parte de esta Hispania hoy vota a Vox. Y vota a Abascal, y ello no es criticable, porque tales principios han perdido la fuerza del pasado.

España ya no es tan tolerante. Y no lo es porque el multiculturalismo, para muchos, se ha convertido en amenaza. La presencia del otro se percibe como un coste social. Un coste social o, en palabras de Carlota, un "encarecimiento del Estado del Bienestar". Un encarecimiento – en forma de más profesores y ambulancias – que empobrece a los de dentro y beneficia a los de fuera. España ya no es tan empática. Y no lo es porque el individualismo, para muchos, "el sálvese quien pueda" ha desplazado el espíritu cívico de los ochenta. El bienestar, de cierta parte de la clase media, ha olvidado el malestar de sus padres y abuelos. Ese olvido intergeneracional suscita el sorpasso del interés individual al general. España ya no es tan dialogante. Y no lo es, como les digo, porque la ley no siempre ofrece soluciones. En ocasiones, tal y como ocurre con el auge de los nacionalismos, se necesitan relatores, medidores y creatividad internacional para la resolución de conflictos. Esa pérdida de empatía, tolerancia y diálogo ha hecho que la ultraderecha construya su relato. Un relato aceptado por los menos dialogantes, empáticos y tolerantes.

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1 COMENTARIO

  1. Carmen

     /  16 noviembre, 2019

    Es difícil de saber porqué está pasando todo esto. Seguramente estaban escondidos preparando su momento y ya ha llegado, Más por errores de los demás que mérito suyo, y así no va.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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