Tras tomar café en El Capri, volví a casa. Necesitaba, como diría el arcipreste de Hita si viviera, alejarme del mundanal ruido. Allí, en la soledad de mi despacho, terminé de leer Meditaciones del Quijote, una obra de Gasset que me regaló Martina, filóloga y amante del Rincón desde hace varios años. Aunque no sea un apasionado de los filósofos españoles, me siento identificado, en buena parte, con el pensamiento de Ortega. Comulgo con el credo del raciovitalismo o "la inteligencia para vida" en términos actuales. Pienso, la verdad sea dicha, que la razón es necesaria para vivir. Y pienso que al final, salvando las trampas del camino, somos el producto de nuestras propias decisiones. La vida, como bien decía él, es un naufragio y "estamos obligados a acudir a la razón para bracear y salir adelante".
Decía Jakob Von Uexküll, un biólogo de los tiempos de Gasset, que para entender un organismo debemos tener presente el mundo circundante en que vive. Esta sabia reflexión, le sirvió a Ortega para extraer la "moraleja" de sus Meditaciones. Según nuestro autor: "yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvo yo". En tiempos de elecciones, me decía Martina, el sujeto está en condiciones de construir su circunstancia. Y esto es así, queridísimos lectores, porque la política explica buena parte de nuestra vida. Por ello, votemos o no el 28-A, no podemos escapar del determinismo político. La clase media, por citar un ejemplo, depende en buena parte del Estado del Bienestar. Sin el reconocimiento constitucional del Estado Social, hoy más de uno, y más de dos, clamarían a gritos la dictadura del proletariado. La herencia de Rajoy, en palabras de Jacinto, no ha sido otra que el distanciamiento de las orillas entre nobles y plebeyos.
Mientras intercambiaba impresiones con Martina, supe de los últimos datos arrojados por el CIS. Datos cuestionados por las derechas, pero al fin y al cabo, datos oficiales para el servicio sociológico. Datos, como les digo, positivos para el PSOE si no fuera por el cuarenta por ciento de indecisos. Gente, como saben, que no tiene claro a quién votar. Y gente, y valga la redundancia, que posiblemente opte por la playa, más allá del compromiso con las urnas. Por ello, desde la crítica, debemos pedir cautela. Cautela para no cantar victoria antes de lo esperado. Y cautela para no cesar en el mantra de "la izquierda debe votar". Dentro de ese cuarenta por ciento se haya el votante de razón; aquel constructor de circunstancias que decíamos atrás. Un votante, más centrista que extremista, que decide – en ocasiones en el último momento – lo mejor para su vida. Un votante que sanciona la mentira, castiga las injusticias, y mira hacia el futuro desde el prisma de los hechos.
Carmen
/ 15 abril, 2019Cuanta razón tienes amigo, no cantemos victoria antes de hora, porque ese indeciso suele navegar en la parte derecha de la barca.
Muy buena reflexión.