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La cola de Las Estrellas

Tras una semana apartado del ritual de la pelea, ayer decidí pasear a Diana por las calles del vertedero. Mientras deambulaba por caminos contagiados de estiércol y mentiras, leí un titular que activó la quietud de mis neuronas. Un titular que versaba sobre la agonía de los quioscos de prensa. Una agonía que refleja la crisis del periodismo que azota a la Hispania del ahora. Tras leerlo, me vino a la mente aquellos domingos de mis años juveniles. Domingos, como les digo, donde lo primero que hacía era comprar El País en Las Estrellas. Allí, en el mostrador del comercio, se mezclaban los lectores de la Caverna con las trincheras de la izquierda. Era, la verdad sea dicha, un momento tenso. Tenso porque comprar el ABC era de "fachas" y Público de rojos. Tanto es así, queridísimos lectores, que en la cola, algunos miraban de reojo el color de las portadas.

Tras comprar el periódico, acudía al Capri a tomar el café. Allí, en los taburetes de la barra, leía muy por encima los titulares del día. Tras esa primera lectura, hacía un dobladillo en aquellas páginas que más me interesaban. Ese protocolo de lectura, lo aprendí de don Antonio, un profesor de historia de los años de instituto. Después de comer, en la soledad de la cama, emprendía la segunda lectura. Una lectura profunda sobre las páginas del dobladillo. Aquellas lecturas sagradas, me sirvieron para comprender la complejidad de presente. Gracias a ellas, la verdad sea dicha, aumentó mi sed por comprender la complejidad del sistema. Una sed, que a día de hoy, todavía no he podido saciar. Y no he podido saciar, queridísimos lectores, porque cuanto más leo, más conciencia tomo de lo tonto que soy. Un tonto, y valga el adjetivo, que siempre ha buscado respuestas en los sitios equivocados.

La mayor alegría como lector de periódicos fue el día que me divorcié de El País. Tras dos décadas de fidelidad lectora, me di cuenta que leer siempre lo mismo, enturbiaba la flexibilidad de expresión. Tanto es así que decidí alternar las lecturas. Una alternancia necesaria para salir de ese surco que, de alguna manera, había determinado mi forma de mirar. Por ello, tras salir de la zona de confort, me convertí en un devorador de ABC, El Mundo y La Razón. Periódicos díscolos con mi condición pero necesarios para salvar las consecuencias de la unilateralidad. La transversalidad lectora, la lectura de todo tipo de diarios, sirvió para forjar el espíritu crítico. Un espíritu necesario para discernir entre lo blanco y lo negro. Y necesario para romper los dogmas y tabúes que todavía existen en democracia. Recuerdo que ese cambio en las lecturas, no fue entendido por aquellos compradores de periódicos. Compradores que, domingo tras domingo, compartían la espera en la cola de Las Estrellas.

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2 COMENTARIOS

  1. Es bueno diversificar …

    Saludos
    Mark de Zabaleta

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  2. Antonio

     /  27 marzo, 2019

    Gracias por tu cariñosa referencia a Las estrellas,al menos en la parte que me toca.

    Responder

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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