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Sobre política y vocación

Hace unos meses, me llamó Weber. Estaba sin saber de él desde que fue nombrado catedrático de economía, en la Universidad de Friburgo, allá por el 1892. Me llamó, como les digo, para invitarme a una conferencia que impartía a estudiantes de Munich, durante el invierno revolucionario de 1919. En el viaje leí Leviatán, una obra de Hobbes que justifica el poder absoluto del soberano ante la ineptitud de los hombres para ponerse de acuerdo. Lo leí, queridísimos lectores, por recomendación de Weber. Me dijo que su ponencia versaba sobre ética y política. Dos conceptos que en el mundo clásico eran inseparables y que hoy, desde la obra de Maquiavelo, siguen cuestionados en el debate cotidiano. En la conferencia compartí asiento con Durkheim, un sociólogo de la época, relevante por sus investigaciones acerca del suicidio. Me preguntó por la repercusión de Weber en el siglo XXI. Le dije que su defensa extrema de los liderazgos tuvo sus efectos nefastos en la figura de Hitler.

En la conferencia, Weber habló de los políticos. Distinguió al político que vive de la política del político que vive para la política. El primero – el que vive de la política -, en España hay más de uno y más de dos, pone su trabajo al servicio de una causa egoísta e interesada. Es aquel que utiliza los sillones para llenar sus bolsillos. Le importa un bledo el bienestar de su pueblo. Su fin no es otro que el bienestar de los suyos. El segundo, el que vive para la política, pone su trabajo al servicio de una causa común. Goza del servicio a los demás, del calor de la gente. Tiene claro que su paso por el cargo es un viaje de ida de vuelta. Un viaje de aventuras cuyo único fin es el disfrute del paisaje. Una excursión alejada de negocios y contactos, de oportunidades y caramelos. Este último político es el que ejercer la política como vocación. Una vocación llevada a cabo con una doble ética. La ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.

La política por vocación requiere pasión y mesura. Pasión para defender la causa común sin caer en la vanidad. Y mesura para alejarse y mirar desde arriba las necesidades de la gente. Dicho de otro modo, la política necesita razón y corazón. Razón para decidir con frialdad sin llegarse llevar por los impulsos de la emoción. Y corazón para comprender los deseos y motivaciones de los demás, más allá de la razón. Estas herramientas, decía Weber, son fáciles en la teoría pero complicadas en la práctica. Un exceso de pasión, de ganas de poder, puede desencadenar la utopía. Y un exceso de mesura, de razón exacerbada, puede acabar en tecnocracia. Por ello, el demócrata debe ponderar tales riesgos antes de votar. Una cosa es conquistar el poder – y para ello se necesita pasión – y otra, muy distinta, su gestión – y para ello se necesita razón -. A Hitler, por poner un ejemplo, le sobró pasión y le faltó razón. Algo muy normal, le dije a Durkheim, en el funcionamiento de los populismos. Café, por favor.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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