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Sobre Julen y el periodismo maquiavélico

El otro día, tras conocer el fatal desenlace del caso Julen, leí por ahí que se había solicitado el Premio Princesa de Asturias para la "Brigada de Salvamento Minero". Dicho premio, contesté por twitter, debería recaer no solo en los mineros sino en todos los que estuvieron ahí durante los trece días del rescate. Todos, desde los camioneros que transportaban la arena, hasta el señor que pulsaba el botón de la máquina excavadora. Y todos, desde las señoras que preparaban los bocadillos, hasta la empresa que fabricó los tubos para el encamisado del pozo. Todos, y no solo los mineros, fueron necesarios para el rescate del niño. Y, por tanto, todos deberían ser merecedores de dicho premio. Un premio, en todo caso, discutible si tenemos en cuenta que los mineros hicieron su trabajo. Y, discutible, si tenemos en cuenta que la seguridad del territorio es un deber del Estado.

Tras escribir esta reflexión, recibí un correo de Bárbara, una periodista y amiga del Rincón. Quería saber si en ese "todos" incluía, o no, a los periodistas. Según ella, tales profesionales ejercieron su deber de información, estuvieron al pie del cañón, y por tanto no sería justo excluirlos de tan honorífica mención. Los periodistas, le contesté, estuvieron ahí – cierto – pero su presencia no resulta condición suficiente para ser galardonados. Y no resulta meritoria porque algunos hicieron el agosto a costa del sufrimiento humano, de lo insólito del suceso y del consumismo morboso de los relatos amarillos. Es por ello, por lo que siento vergüenza cuando miro de reojo la ética del vertedero. El hecho noticiable – la caída de un niño en un pozo y las dificultades para sacarlo – se convirtió en una oportunidad de oro para aumentar las audiencias. Tanto es así que muchas cadenas anunciaban los metros que quedaban hasta llegar a Julen. Quedan diez, ahora cinco… Todo un circo mediático donde la información no fue un fin en sí mismo, sino la cerilla para avivar la llama de la sensibilidad.

El caso de Julen demostró que estamos ante un periodismo carroñero. Un periodismo de sucesos, que más allá de la información, hurga en las desgracias ajenas. Ahora bien, la culpa de esa prensa sin escrúpulos la tenemos todos. Los periodistas, por abusar del sensacionalismo barato. Y nosotros, la opinión pública, por consumir hasta la saciedad la suciedad de la sociedad. Hoy, tras varios días de aquella tragedia, el niño del pozo pasa a las vitrinas del olvido. Y pasa, queridísimos lectores, porque las noticias son como bombillas rotas que se encienden y se apagan. Aparte de Julen, cada día fallecen cientos de niños en pateras hacinadas. Niños anónimos que esperan en el fondo de los mares la luz de su rescate. Tales tragedias pasan desapercibidas para los ojos de la prensa. Una prensa maquiavélica cuyo fin, en ocasiones, es el negocio por encima de la información. Una información, o mercancía como diría Marx, que se convierte en sensacionalismo y postverdad.

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1 COMENTARIO

  1. Nesi Inés

     /  31 enero, 2019

    No creo que los culpables sean los periodistas que estuvieron allí, sino las empresas que les contratan y a las que todos alimentamos consumiendo la porquería que nos dan. Te invito a leer mi último post titulado Ellos también son Julen, creo que te gustará.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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