Ayer, tras varias horas deambulando por las páginas del vertedero, tomé café en El Capri. Necesitaba, la verdad sea dicha, una inyección de discurso callejero, que alegrara, de una vez por todas, el funeral de mi vida. Allí, en el taburete de la barra estaba Miguel, un vecino de las tripas alicantinas. Lo conozco desde hace más de veinte años. Todavía recuerdo cuando, borrachos como cubas, nos paró la policía un sábado a deshoras. Tras hablar sobre Puigdemont y su vasallo; se cruzó en el camino la última de Inda: la casa que Pablo Iglesias e Irene Montero han comprado por valor de 660.000 euros. Una adquisición que pone en evidencia el dinero fácil que supone el paso por la política. Hoy, el anfitrión de Podemos, el mismo que criticaba a los "pijos de la derecha" por la ostentación de sus joyas, se ha convertido en el Sancho Panza del segundo tomo del Quijote.
Decía el filósofo de las tierras alemanas que los políticos deben ser fieles a sus principios ideológicos. El valor de los hombres se mide por sus palabras. Aquellos que donde dicen digo luego dicen Diego se convierten, tarde o temprano, en papel mojado para el mejor de sus creyentes. Hablar de pobreza con las llaves del "Mercedes", refleja una práctica suicida para el discurso de la izquierda. Un discurso incoherente, como les digo, para quienes defienden la igualdad con timbales y platillos. La mansión de Pablo Iglesias tira por la borda el relato que ha girado en torno a su figura. Un relato basado en la denuncia de las desigualdades sociales, la ostentación de los burgueses y, el enriquecimiento súbito de la casta. La misma que viaja en coches de lujo, viste con trajes de marca y vive en mansiones caras. Mansiones que cuestan más que el sumatorio de salarios, que un mileurista cobra a lo largo de su vida.
Podemos, en palabras del borracho, ya no es el partido que ilusionaba, con sus promesas, a los indignados de Zapatero. Los artífices del morado ya tienen manchas en las telas de sus solapas. La beca de Íñigo Errejón, la factura de Monedero, el empleado de hogar de Echenique, y ahora, el chalet de Pablo Iglesias; ponen en evidencia el trecho que separa los dichos de los hechos. Así las cosas, el buque insignia de la izquierda se ha convertido, con el paso de los años, en el vivo retrato del cuento de la lechera. Hoy, la "nueva socialdemocracia", en palabras de Iglesias, no es sinónimo de ejemplo. Y no lo es, queridísimos lectores, porque el discurso podemita no se percibe igual desde el césped de La Navata, que desde el balcón de Vallecas. Por ello, por esta incoherencia de estética ideológica, el líder de la coleta debería dejar su escaño. Aunque la compra del "casoplón" sea legítima y aunque todo mortal sea libre de elegir su vivienda; lo cierto y verdad, es que en política es necesario, por cordura democrática, predicar con el ejemplo.
Manuel Wood Wood
/ 18 mayo, 2018Evidentemente, como se deja entrever en este magnifico artículo, nada puede haber en contra de que cualquier ciudadano, político o no, pueda adquirir una vivienda entrampándose hasta la vejez. Eso dependerá de su ética (y de su economía). Lo que no es de recibo es que quien lo haga haya criticado a otros en similares circunstancias, con el fin de convencer a sus seguidores de lo injusto que tal dispendio es.
ines
/ 26 mayo, 2018Pienso que vivir en una casa digna es por derecho. El chalet no ha costado millones, como el de Cospedal , que tampoco es que esté en contra. Además, es lejos, no en el Centro de Madrid.
Los dos tienen un sueldo y un trabajo, que se lo han ganado, así que mientras no vayan por la vida de » corruptos «, pueden comprarse con su dinero lo que les de la gana.
Julián Serrano
/ 27 mayo, 2018No nos entra en la mollera que la situación no supone una ilegalidad sino una de incoherencia con el discurso, como deja bien claro el autor. Pero si tenemos que justificarlos, lo haremos aunque nos orinen encima. Luego criticaremos a los que votan al PP a pesar de quedar plenamente contratado su marchamo de corrupción. Simplemente debe ser que les han perdonado.
Juan Jose Aguirre
/ 27 mayo, 2018La ética y la estética política son dos patas sobre las que debe moverse la izquierda, a mi parecer. Endeudarse por 30 años con los bancos no parece que sea antiético (es una cadena que te ata al sistema) en nuestra sociedad, pero resulta antiestético tronar contra la casta e imitar sus modos y maneras.
Produce decepción al votante que no se vincula con un dogma de fe, pero, visto el panorama político, a ver qué haces con tu papeleta de voto.
Un servidos anda entre la ética y la estética….