Decía Abraham Maslow – psicólogo americano – que los seres humanos buscan la satisfacción de las necesidades. Tales necesidades están jerarquizadas, de tal manera que en la cúspide de la pirámide se hallan las de autorrealización y en la base, las de alimentación. El marketing, como saben, es una disciplina que se ocupa, precisamente, de diseñar estrategias – de producto, precios, distribución y promoción – para que la población, – en este caso, los consumidores -, satisfaga sus necesidades a cambio de dinero. Tanto es así, que en la selva del mercado, muchos departamentos de I+D+I inventan las necesidades. El consumo de yogures, por ejemplo, aparte de cumplir con la función tradicional de los lácteos; hoy aportan Omega3, Bífidus y otros "bio", destinados a controlar los estándares sanguíneos.
La penúltima necesidad de los humanos, según Maslow, hace referencia al "reconocimiento". Las personas, aparte de satisfacer las necesidades de comida, vestido y seguridad; buscan confianza, respeto y éxito. Hace años, y disculpen el paréntesis, un catedrático de psicología evolutiva, me dijo que en este mundo hay dos tipos de personas: las que acuden al psicólogo y las que no. Las primeras, son aquellas que no cuentan con los mecanismos de defensa suficientes para valorarse a sí mismos. Son personas que necesitan constantemente la aprobación ajena. Necesitan, como les digo, que alguien les diga lo inteligentes, listos, guapos, simpáticos, atrevidos y estudiosos que son. Las segundas, son aquellas que cuentan con instrumentos suficientes, para quererse así mismas sin la necesidad de la aprobación del otro. La conducta de estas últimas se manifiesta por su carácter narcisista. Son, en términos coloquiales, aquellos que "no tienen abuela" porque no la necesitan.
Las redes sociales cubren, precisamente, la necesidad de reconocimiento. Cumplen tal necesidad y refutan, de alguna manera, la teoría de Maslow. Digo refutan – o echan por tierra – porque, según él, una persona no puede pasar de un rango de necesidad a otro, sin haber satisfecho la anterior. Dicho más claro: primero, la comida; segundo, la ropa; tercero, la vivienda y así sucesivamente. En Facebook o Twitter, por ejemplo, se puede obtener reconocimiento social sin tener cubiertas las necesidades previas. Gracias a las redes, un señor o señora de la clase baja, con un trabajo de "cuello azul" y con escasas posibilidades de promoción laboral; puede sentir el reconocimiento anhelado a través de un post o una frase en su perfil social. El botón "Me gusta" de Facebook – y todas sus variantes – contribuye a reforzar el ego y, por tanto, la autoestima. Es precisamente, la búsqueda del reconocimiento continuo, la clave para entender el éxito y el sesgo adictivo de las redes sociales.
El otro día, Lorenzo Silva – escritor de renombre por sus novelas policíacas – anunciaba que abandonaba Twitter. Y lo abandonaba, queridísimos lectores, a pesar de sus cien mil seguidores. Su anuncio, notición en las principales cabeceras del vertedero, no es un adiós sino un "hasta luego". Y digo un "hasta luego", – y valga la contradicción -, porque según él, no cierra su cuenta sino que la deja operativa para la difusión de su obra. Dicha noticia la leí mientras tomaba café en El Capri. Según Peter las redes sociales son una moda pasajera, como lo fueron las patillas y los pantalones de campana. Aunque yo no soy adicto a las mismas, aunque eso sí las utilizo para difundir mis escritos, pienso – y así se lo dije a Peter – que las redes sociales han venido para quedarse. Y nunca morirán las redes, queridísimos lectores, porque el ser humano – independientemente de su condición social – busca y necesita reconocimiento. Un reconocimiento, que lo satisface cuando cuelga una foto en Facebook y recibe cientos de cumplidos.
mark dezabaleta
/ 12 enero, 2018Gran reflexión …