El otro día, un periodista de las tripas británicas me pedía la opinión acerca del "Brexit", la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Como sabéis, los que me leéis a menudo, no me gustan algunas cosas de aquello que en su día parecía una buena idea. Para empezar, en el interlineado del Tratado de Lisboa encontramos un cuerpo dentro de otro, como si de una matrioska se tratara. Por un lado están los ricos – los países del Norte: Luxemburgo, Holanda, Dinamarca, Finlandia y Alemania…-. Por otro, los pobres – los del Sur: España, Italia, Marta y Portugal; entre otros-. Existen, como les digo, dos velocidades dentro del mismo motor, que impiden mover el carro por las sendas pedregosas. Esta desigualdad hace que los periféricos – los pobres – viajen con la lengua fuera, y los otros – los ricos – gocen de los privilegios de turistas de primera.
La UE es una casa inacabada. A pesar de que se haya construido la integración económica y social; todavía falta la política y militar. La moneda única es condición necesaria pero no suficiente para que el chiringuito funcione. En el año 1991 – como recordarán – Mark Eyskens, entonces ministro belga de exteriores, comparó a Europa con “un gigante económico, un enano político y un gusano militar”. En días como hoy, tras más de veinte años de aquellas palabras, la UE sigue débil en los pilares aludidos. Seguimos en el kilómetro cero de los años noventa; sin una Constitución Europea – tras el intento fallido del 2004 – y, sin un ejército único que plante cara a las amenazas presentes. Así las cosas, la UE se convierte en un puzzle defectuoso donde algunas piezas encajan y otras desencajan. Desencajan por su asimetría con el resto; por la aspereza de sus cantos y por la incapacidad de algunos para acoplarlas al mosaico.
El Brexit implicaría la vuelta al proteccionismo de los tiempos preeuropeos. Tiempos, como les digo, donde los Estados gozaban de más autonomía. Tiempos donde tomaban sus decisiones sin necesidad de pasar por las directrices supranacionales. Y tiempos, y perdonen por la redundancia, donde cada uno era libre de apretar el botón del dinero y devaluar su moneda. El Brexit supondría – y esto sería lo negativo – una pérdida de competitividad internacional. El Reino Unido actuaría como "un actor económico de segunda" ante una jungla de gigantes. Las exportaciones a la UE se verían agravadas por altos aranceles y las importaciones pasarían por el control del Estado, en perjuicio del mercado. Si el Reino Unido saliese de Europa y consiguiera sobrevivir más allá de sus murallas; el efecto contagio estaría asegurado. Grexit, Portuguexit y Españexit serían – muy probablemente- los siguientes de la cola en querer abandonar la utopía.
Joselu Chibus
/ 9 abril, 2019¿Países ricos o países ajustados al Euro desde el principio?
¿Países pobres o desajustados al Euro desde su inicio?
Lo que es evidente es que la entrada del Euro produjo hiperinflación en los «países del sur»…con unos tipos de interés muy bajos…para ayudar a Alemania Occidental a «absorber» Alemania Oriental. Eso produjo una burbuja inmoboliatia sin precedentes.
Cuando quisieron ajustar tipos de interés con la inflación aplicaron …a través del BCE…unos brutales ajustes…produciendo una «hiperdeflación» de caballo…afectando solamente a los sueldos inferiores…unos enviándolos al paro o con sueldos insuficientes para llevsr ins vida digna.
Esto a su vez provocó la ruina de autónomos y pymes por su proximidad a la clase trabajadora de bajos sueldos…
Y esto a su vez produjo la quiebra de los sistemas financieros locales…y un excesivo endeudamiento de dichos países…concentrando el poder económico en pocas manos y pocas capitales…vaciando grandes espacios territoriales…sin futuro…a corto plazo.
Pilar Martinez
/ 15 diciembre, 2019Seguro, si les fuera bien a los ingleses el mapa europeo cambiaria radicalmente, lo que no se si para bien o para mal