Tras leer el titular de El País: "El PSOE gastará 1.300 millones en 217.000 empleos de transición", me ha venido a la mente la promesa electoral incumplida por Felipe González. Como saben, el expresidente del gobierno prometió 800.000 puestos de trabajo en la campaña de 1982. Un titular que le sirvió – entre otros – para vencer a UCD y conquistar La Moncloa. La crisis económica que azotaba a España desde mediados de los setenta frustró el sueño felipista de miles de españoles. Pues bien, hoy – treinta y tantos años después – el líder de los socialistas ha vuelto a cometer el mismo error que el patriarca de su partido. Lo ha vuelto a cometer, queridísimos lectores, porque la Comisión Europea nos ha exigido que recortemos 8.000 millones de euros ante los incumplimientos del déficit por parte de Rajoy. Una cantidad, y conviene recordarlo, similar a la que recortó Zapatero en el 2010 y que le costó su reinado. La "sanchonada" de Pedro recuerda a las utopías de Podemos. Recuerda, como digo, a la renta básica universal, la jubilación a los sesenta y otras promesas podemistas de corte populista.
La promesa de Sánchez no sería tan grave, si no hubiese criticado a Rajoy por la carta que envío a Juncker. Como saben, el presidente en funciones escribió al jefe de la Comisión Europea un comunicado – publicado por El País – con el compromiso de nuevos recortes para el segundo semestre del año. Recortes para evitar la multa de Europa a España por el incumplimiento del déficit. Así las cosas, el líder socialista criticó que Rajoy dijera "una cosa en Bruselas y otra en España", o sea, que dijera en Europa – en forma de carta oficial – que va a realizar nuevos recortes para la segunda mitad del año, y por otro que prometería a los españoles una bajada de impuestos. La promesa electoral de Pedro Sánchez tira por la borda la crítica vertida contra el presidente en funciones. La tira, queridísimos lectores, porque bajar los impuestos y ofrecer 217.000 empleos – o sea gastar 1.300 millones de euros – va contra la lógica de una España endeudada hasta las cejas. Así las cosas, tanto Rajoy como Sánchez – tanto monta, monta tanto – venden mantas en agosto y biquinis en enero. Nos duela o no, lo cierto y verdad, es que estamos endeudados; que le debemos dinero a Europa y que, tarde o temprano, se lo tendremos que pagar. Mientras no lo hagamos, seguiremos en el agujero; en el mismo que se hallan Grecia Italia y Portugal, o sea la "nueva África" de Europa.
Partiendo de que la deuda hay que pagarla, sí o sí, porque Europa no perdona. Llega el momento de repensar cómo afrontarla, o dicho de otra manera, dónde ponemos el martillo y el cincel para romper el mármol. Hay dos maneras de hincarle el diente al asunto. La primera, recortando el Estado del Bienestar; algo que lo llevamos haciendo desde los últimos seis meses del zapaterismo. Consiste en disminuir las partidas para educación y sanidad, congelación de salarios a funcionarios, disminución de la Oferta de Empleo Público, etcétera. Esta medida tiene el coste de la desigualdad: servicios públicos de menor calidad implica un deterioro en la igualdad de oportunidades y empobrecimiento de la clase media. Al fin y al cabo, la herencia que nos dejará Rajoy. La otra medida: subir impuestos. Un aumento de la presión fiscal implicaría menos riesgo para el deterioro del Bienestar y la brecha de la desigualdad.
La tercera vía, propuesta por el PSOE, sería aplazar la deuda, o dicho de otro modo, trasladar el problema para mañana. Esta medida permitiría zanjar los recortes – al menos temporalmente – y no tocar los impuestos. Una vía que contentaría a las clases medias – al mantener en pie la calidad de los servicios públicos – y a los nobles y plebeyos; al mantener intacto su poder adquisitivo. Gracias a este enfoque, el líder socialista podría sostener su promesa electoral – los doscientos mil y pico puestos aludidos – pero, queridísimos lectores, sería – eso sí – comida para hoy y hambre para mañana. Dentro de dos años – final del aplazamiento – otra vez tendríamos el problema en nuestra casa. La deuda seguiría ahí, agrandada por los recargos e intereses de demora. Luego, estaríamos más endeudados y con menos poder económico en los mentideros europeos. Por ello, lo más sensato sería que se subieran los impuestos. Subirlos, eso sí, más a los nobles que a plebeyos. Con ello se conseguiría cortar la hemorragia de los recortes y salir del agujero; una política de izquierdas que muchos olvidamos.