En la España de Nicolás, por si ustedes no lo saben, el ochenta por ciento de las ofertas de empleo son cubiertas por personas conocidas. Son los "enchufes" de toda la vida, en términos de andar por casa, los que mueven los hilos del mercado de trabajo. Tanto es así, que en la mayoría de las empresas – y no lo digo yo, lo dicen las estadísticas – abundan "los cuñados de", "los primos de" o “los hermanos de". Conocidos, que si no fuera por su condición de "ahijados laborales", probablemente, otro gallo cantaría en el seno de sus corrales. Otro gallo cantaría, cierto, porque sin padrino no hay bautizo. Así las cosas, el hijo del abogado lo tiene más fácil para ejercer la abogacía que el hijo del barrendero. Aunque ambos hayan sido compañeros de mesa en la Facultad de Derecho, los contactos del primero siempre serán más propicios que las redes del segundo para trabajar "de lo suyo". De tal modo, y a los hechos me remito, en las junglas del mercado no entran, a priori, los mejores sino los más agraciados. Ahora bien, una vez dentro de las empresas, todos deben remar al unísono para evitar el hundimiento. Luego, aunque el tejido de contactos sea una condición suficiente para encontrar un empleo, no es razón necesaria para su mantenimiento. Sin rendimiento mediante, el que más y el que menos tiene los días contados en las jaulas de su empresa; por mucho que sea Jacinto (el amigo del jefe) o Francisco, el talento de la calle.
En política ocurre algo parecido. Muchos alcaldes ganan, una y otra vez, las elecciones porque tienen a casi todo su pueblo endeudado. Endeudado, como digo, de favores electorales. Favores por emplear en sus ayuntamientos a ciudadanos provenientes de cualquier ideología, a cambio de un puñado de votos el día de las urnas. A esta praxis, los sociólogos la llamamos "clientelismo político". Gracias al clientelismo; miles de votantes se cambian de chaqueta para que su alcalde continúe con el cetro y ellos con su nómina. Lo mismo que sucedía en la Hispania de Galdós; cuando los funcionarios eran elegidos a dedo, o mediante oposiciones amañadas, hasta que cesaba el mandatario de turno. Es, precisamente, esta práctica caciquil de las tripas españolas, la que convierte a la política en un negocio redondo para pillos y granujas. "En días como hoy – decía Manolo, un señor que conocí en el Halley mientras tomaba café – hay alcaldes que ganaron las elecciones siendo unos muertos de hambre y hoy, varias legislaturas después, van por las calles con coches de alta gama y polos de Ralph Lauren". Alcaldes, ¡cuánta razón tenía Manolo!, que "no los levanta de su silla, ni los huracanes más salvajes que soplan en América". Es, "el favor por favor" de los tiempos de Castaña, el que explica por qué muchos políticos ganan elecciones, a pesar de estar imputados o manchados de sospecha.
Esta mañana, sin ir más lejos, he hablado sobre estos y otros temas con Antonio, un compañero de instituto. Antonio es un profesor de filosofía, con barba de tres días y pelo desgreñado. Solemos coincidir los miércoles a tercera en la sala de reuniones, la cantina. Desde hace dos años, lee mi blog y cada vez que escribo un artículo, al otro día, suele darme su impresión al respecto. A veces, sus opiniones son tan sabias y constructivas que me da muchísima rabia – y así se lo digo – que no las comente en el Rincón, para que todos los seguidores las lean. Hoy, hemos hablado sobre las relaciones entre clientelismo y corrupción. Según Antonio, la corrupción es una cuestión de "amiguismo" y "tentación". Amiguismo, porque se basa en informaciones y secretos. Y, como saben, los amigos y conocidos son, para cuestiones de este tipo, los mejores elegidos. Y tentación, porque sin anzuelo no hay pescado. Antonio, me ponía el siguiente ejemplo para explicarme la relación que existe entre tentación y corrupción: "si a Manolo, un tío honrado – de esos que no beben, no fuman y no van de putas – durante una temporada decide salir de marcha con Ernesto, una oveja descarriada. El primer viernes, quizá no fumará un Nobel, ni beberá Gin Tonic. El segundo, probablemente le dará una calada al cigarrillo. El tercero, sustituirá la Coca Cola por el Ponche y, el cuarto; terminará fumando, bebiendo y, si te descuidas hasta se irá de putas". A mayor tiempo de exposición a la tentación – concluía Antonio -, mayor probabilidad existe de que el santo se corrompa.
El otro día, sin ir más lejos, Albert Rivera – líder de Ciudadanos – fue entrevistado por Ana Pastor en el Objetivo de la Sexta. Aunque no converja con sus ideas – por los tintes liberales de las mismas – me gustó algo que dijo acerca de la corrupción y el mal funcionamiento de las instituciones. Dijo que si él gobernara establecería, por un lado: una jerarquía salarial donde el Presidente de la nación ganara más que los autonómicos y; por otro lado: no permitiría que los alcaldes se autorregulasen sus sueldos, sino que estos estarían limitados por baremos salariales. Aunque los alcaldes, estimado Albert, se autorregularan sus sueldos y acercaran sus cifras a las penurias de la calle, lo cierto y verdad, es que mientras exista "amiguismo" y "tentación", lo que no entra por la delantera, lo hace por la trasera. Para ello, para frenar la pillería, sería conveniente limitar los mandatos. Con ello, estimados lectores, evitaríamos la presencia de alcaldes que han hecho de la política, la razón de su existencia. La han hecho, cierto, porque juraron su primer cargo con patillas y pelo largo. Y hoy, treinta años después, lo siguen jurando calvos y con barriga. Aunque no podemos decir, que todos los alcaldes "veteranos" tienen alto riesgo de corromperse; lo cierto y verdad, es que si aplicásemos la teoría de Antonio – mi compañero de instituto -, no hay nada como el tiempo, para que los formalismos se evaporen; los constructores se conviertan en amigos, los banqueros en colegas, y las concejalas en queridas.
Mark de Zabaleta
/ 23 febrero, 2015Un gran artículo…siempre habrá cierto olor a podrido…..
Saludos
Francisco López Navas
/ 25 febrero, 2015Muy buena foto del clientelísmo, amigo. Espero que en otro hables del mismo tema y sus interrelaciones entre los diferentes niveles de las instituciones públicas y sus servidores.