La sociedad – decía el filósofo a sus alumnos de grado – es como una cebolla de los campos alicantinos. Una cebolla envuelta de hojas independientes e interrelacionadas por la lógica de su tallo y las lágrimas de quien la mira. Los estados sociales – religión, cultura, economía; entre otros – suscitan efectos indeseables al resto del entramado. Efectos, decía, en forma de correlaciones espontáneas surgidas en el ideario colectivo al cruzar variables fortuitas. Las consecuencias de la lógica protestante, – el culto al trabajo y la perseverancia como medios de salvación -, ocasionó – en palabras de Weber – el desarrollo del capitalismo. Sendas "hojas de la cebolla" – religión y economía – sirvieron al sociólogo de entonces para construir el principio de heteronomía. Principio basado en los efectos indeseables que surgen al cruzarse las lógicas de estados sociales independientes pero interrelacionados en el tiempo y el espacio.
El declive del periodismo – en palabras de mi primo – es debido al daño colateral de twitter y el resto de redes sociales. "El 2012 – titulaba recientemente Público – acabó con 5.000 periodistas menos y 89 medios cerrados". Es precisamente este titular extraído de los rincones digitales, el que abre los párpados a los ojos de la Crítica. El principio de heteronomía, citado en el párrafo de arriba, debe servir al sociólogo del presente para explicar los motivos que se esconden detrás de tales verdades. El valor y la distancia son directamente proporcionales en el lienzo de sus curvas. A mayor lejanía – decía el viejo Simmel – el valor se fortalece por los obstáculos a su alcance. Tanto en el amor, como en los demás ámbitos mundanos, existe una danza entre: el fetichismo del objeto y los anhelos por su encuentro. Las facilidades para alcanzar lo deseado desacralizan, en palabras de Georg, al tótem idealizado. En días como hoy, cuánta razón tenía el amigo Saramago, el exceso de información está siendo, para sorpresa de algunos, el cáncer social que azota, día tras día, a las cabeceras terminales.
Así las cosas, tanto el "Principio de Heteronomía", de Weber como la "Teoría del Valor y la Distancia", del amigo Simmel; sirven de fundamento para investigar qué falla en la prensa del ahora. En días como hoy, como diría Juan Ramón en su exprograma de las seis, las redes sociales han desprovisto de distancia a las orillas que separan la información de su consumo. El negocio de la distancia, o dicho de otro modo, la intermediación periodística entre noticias y lectores, se ha convertido en un sinsentido en una sociedad globalizada e interconectada por las ondas digitales. El efecto colateral de la interconectividad mundial ha desposeído al periodismo de su misión principal. Luchar por la velocidad se ha convertido en una batalla perdida para las tortugas de papel. Por mucho, muchísimo, que corran los corresponsales de El País existen, en cualquier rincón de el país, perfiles en la red que narran a tiempo real, y con todo lujo de detalles, cualquier extraordinariedad que suceda en su lugar.
En un mundo interconectado por millones de personas hablando a la vez, no tiene sentido pagar un "euro y medio" para consumir en papel los ecos del ayer. No tiene sentido, decía, porque el efecto novedad ha perdido su función en la era de Internet. Recuperar la literatura crítica de los tiempos de Unamuno debería ser la piedra filosofal para ganarle la batalla a las liebres de la red. El periodismo literario, o dicho de otro modo, la reconstrucción de la información con los cinceles de la interpretación será condición necesaria para que las tortugas resistan las zancadas del avestruz. Sin el broche literario, el periodismo se convierte en un oficio moribundo por los efectos indeseados de la Red. La ventaja competitiva del papel sobre los píxeles de Internet debería pasar por priorizar la calidad en detrimento de la velocidad. Alargar la vida del producto, o dicho de otro modo, escoger para el papel noticias de largo recorrido y dejar para la Red todo lo perecedero sería otra recomendación para resucitar la profesión. Mientras no lo consigamos. Mientras no recuperemos el periodismo literario de los tiempos de Unamuno y, hagamos de unas cuantas noticias el “monográfico del día”; lo tendremos crudo para que las tortugas de papel ganen la carrera a los galgos de la Red.
rosa
/ 6 octubre, 2013Sinceramente Abel, no creo que las redes sociales sean la causa del declive del periodismo escrito.Mas bien diría que los lectores habituales de prensa escrita hemos optado por leer en internet, porque la prensa escrita ,hace mucho tiempo, que no ofrece nada interesante al lector medianamente interesado en lo que ocurre en este cutre mundo…De acuerdo contigo en que, si los periodistas quieren sobrevivir, tendrán que hacer un esfuerzo por ofrecer artículos de opinión y pensamiento que merezcan la pena ser leídos, cosa que, por desgracia, hace mucho que no se ve. La mediocridad y las noticias de lo inmediato, muchas veces ni siquiera contrastadas,han terminado por desprestigiar a la prensa escrita llamada «seria» y va a ser difícil que recuperen su credibilidad mientras sigan ofreciendo lo que ofrecen ahora.Saludos.
conchita Lloria
/ 6 octubre, 2013Totalmente de acuerdo con Rosa, a día de hoy, es mas interesante leer el comentario de un ciudadano que participa en las redes sociales, que lo que publica un periodista, aunque sea un escrito perfectamente redactado y estructurado.
Importa lo que se dice, no como se dice…pues es tan grave todo lo que sucede que dejamos la literatura para los que siguen leyendo cuentos de hadas y de monstruos.
La verdad necesita de muy pocos artilugios, es clara y diáfana, pero la mentira necesita de mucha imaginación lingüística, ya hemos escuchado a Cospedal utilizar el, lenguaje de la mentira. Para que escuchar a quien nos manipula.
Saludos