La igualdad y la libertad han sido, desde siempre, el tira y afloja entre la izquierda y la derecha. Mientras los progresistas han apostado por un Estado intervencionista, garantizador de las posibilidades de ascenso social; los conservadores, por su parte, se han inclinado por el "darwinismo social", como modelo para subir peldaños en la escalera de Hobbes. Sendos paradigmas – igualdad y libertad – impregnan el pedigrí de las políticas socialdemócratas y liberales desde los tiempos de la Bastilla. Las políticas educativas beben – valga la expresión – de tales moldes ideológicos. Según quien gobierne el chiringuito estatal, tendremos un Sistema Educativo con más o con menos integración. Cuando manda la izquierda – como fue en la Hispania de Felipe y Zapatero – los mimbres legales tienen como finalidad la construcción de escuelas públicas de calidad. Escuelas públicas, decía, en las que: tanto el hijo del mileurista como el hijo del banquero, tengan garantizadas las mismas condiciones de igualdad para promocionar como personas en la jungla existencial. Cuando gobierna la derecha – como ahora lo hace – su "buque insignia de la libertad", le impide seguir cocinando educación con los fogones de la izquierda. Su finalidad -como muy bien, saben ustedes- reside en el fomento del individualismo neoliberal en detrimento de la igualdad.
En tiempos de derecha, el enfoque hacia los mercados cambia las tornas reguladoras del derecho a la educación. Mientras la izquierda, como les decía atrás, busca la integración de todos en el seno del sistema; la derecha, por su parte, fomenta el espíritu competitivo como" valor añadido" para luchar en el escenario global. La educación – desde el prisma neoliberal – se convierte en una fábrica de talentos al servicio del sistema productivo. Una fábrica – valga el símil – en la que únicamente sobreviven los alumnos y alumnas aventajados. Aquellos que la herencia biológica y el bolsillo de sus padres les permiten llegar en buen estado a los muelles de salida. Los productos con taras y defectos – me refiero a los alumnos menos aptos – son separados de las cintas transportadoras para ser trasladados a los outlets o almacenes de segunda. Al final, los supervivientes de las vías – los que no llevan taras ni defectos-, o dicho de otro modo, los hijos de ricos y los afortunados por su genética, serán los mejores pagados por las dictaduras del consumo. Los otros, los productos defectuosos – los que no consiguieron sobrevivir en la cinta transportadora – estarán condenados a vivir como esclavos en las empresas de los aventajados. Así, una y otra vez, el cierre social provocado por los "brazos cruzados" del Estado, perpetúa la brecha social entre los fuertes – los que quieren y pueden – y los débiles – los que quieren y no pueden-.
Los fuertes de la balanza – o sea, los hijos de la derecha – no tienen ningún problema en perpetuar su posición social. Con un "cinco pelao" – en la jerga estudiantil- es suficiente para plantarse en el piso de arriba, sin tener que pedir ningún euro prestado para presionar el botón de subida. Los débiles, sin embargo, lo tienen muy crudo para escapar de su condena social impuesta por su orígenes de clase. Mientras el hijo del banquero viaja en coche cama por los paraninfos españoles, el hijo del operario lo hace en tartana para llegar al mismo destino que su compañero de pupitre. Es precisamente esta desigualdad en los vagones de la derecha, la que invita a la Crítica a denunciar en voz alta el "desinterés de la derecha" en ponérselo fácil al débil de la balanza para que el día de mañana viva como el rico, a pesar de sus orígenes humildes. El cierre social, al que antes aludía, sirve a la derecha – la de siempre, la de toda la vida – para proteger su poder ante las amenazas incipientes de una clase media acomodada.
Las subidas de las tasas universitarias, las reválidas para pasar de etapas, el despido masivo de interinos y ahora, el 6.5 de nota mínima para poder ejercer el derecho a una beca son, entre otros, los instrumentos utilizados por la derecha para conseguir la pureza de su estirpe que antes le comentaba. El triaje educativo – o dicho de otro modo – ponérselo difícil al hijo del mileurista para que el sueño del obrero tropiece con la cruda realidad pone en evidencia la verdad que se esconde detrás de las buenas "palabricas" de el extertuliano de la Moncloa. Gracias a estos fogones el día de mañana tendremos en las tribunas de las empresas a miles de mediocres procedentes de la derecha mandando – a diestro y siniestro – a subordinados frustrados por no disponer, en su día, de los recursos necesarios para prescindir de la beca. Mientras tanto, en Francia , Hollande ha anunciado la contratación de 10.000 titulados en paro para educación secundaria. 10.000 nuevos profesores que se sumarán a los 60.000 prometidos con el fin de garantizar la calidad de un servicio público llamado educación. En España, sin embargo, les doy algún dato para que ustedes reflexionen, se han reducido, en lo que llevamos de crisis, 60.000 puestos docentes y se ha eliminado el plan PROA de clases de refuerzo. Unos – los franceses – tienen un gobierno de izquierda y otros – nosotros – tenemos uno de derecha. Cuestión de ideología.
Mark de Zabaleta
/ 4 julio, 2013Desgraciadamente la vida cambia poco desde los tiempos en que Mª Dolores Pradera canataba aquello de que siempre habrá ciudadanos de primera, segunda y tercera…
Saludos
Mark de Zabaleta