Los títulos bursátiles son como la política: unas veces están arriba y otras por los suelos. Cuando invertimos en bolsa – decía el abuelo de la camisa de rayas – las aguas turbulentas y las tormentas de los mercados determinan, en cada momento, el precio de nuestros activos. Las acciones que hoy compramos a veinte, mañana se sitúan por debajo de los cinco. Son las fluctuaciones del entorno, las que marcan en cada momento, el valor de lo invertido. En política – seguía el abuelo, mientras ojeaba la Gaceta – pasa algo parecido. El político de turno no vale lo mismos reales hoy que el día de las urnas.
Durante cuatro años, el príncipe elegido se convierte en un activo bursátil sujeto a las turbulencias de su entorno. La corrupción y los incumplimientos del programa son los achaques que infravaloran, día tras día, el precio de sus acciones. La honestidad y el cumplimiento con lo pactado siembran las tendencias alcistas de su legitimidad y las posibilidades de reelección. A lo largo de su mandato, el valor del gobernante cambia de valor. Cambia, de la misma manera, que los camaleones mudan su color para camuflarse del enemigo o atraer a sus parejas. Son precisamente, esos cambios coyunturales desde que comienza el encargo de su mandato hasta el día de las urnas, los que marcan el devenir legítimo del elegido.
En días como hoy, el gobierno de Rajoy se ha convertido en un título bursátil con tendencia bajista e improbable repunte. El debate sobre el Estado de la Nación – siguiendo con la metáfora del señor de la camisa – es similar al escenario que utilizan las sociedades para enderezar – de cara a la galería -, las pérdidas de valor de sus acciones a la deriva. A través de la publicidad y el arte de la conquista, las mercantiles utilizan sus armas más sutiles para evitar, a toda costa, el efecto espantada de sus pequeños inversores. Solamente, de ese modo, intentan cambiar las impresiones de sus compradores enfadados y salir airosas en las páginas salmón de diario de la mañana.
Desde que llegó a la Moncloa hasta el día de hoy. Rajoy, el activo más valorado en el índice 20-N, ha ido perdiendo fuelle en el mercado de valores. Hoy, quince meses después, si los españoles tuviesen que comprar ese activo, probablemente no pagarían por él ni la enésima parte que pagaron en su equivocada factura. La supuesta financiación ilegal del partido popular y el papel mojado de su programa, han sido, sin duda alguna, los mimbres que atestiguan su caída. La España de los seis millones de parados, de los desahucios y los suicidios; ha hecho que el valor de don Mariano, se sitúe bajo mínimos históricos en la historia de su mayoría. Ante esta tesitura, lo mejor para los millones de inversores indignados es vender sus activos – o sea convocar elecciones – aunque sea perdiendo parte de lo invertido, antes que el temporal empeoré y se queden peor parados que los bankeros de Rato.