Los aplausos a Monti, por parte de los detractores del "Cavaliere", suenan como los tacones del Duce a su paso por la Navona. La paradoja entre: el éxito de la autoridad racional impuesta por la troika y, el fracaso de la autoridad carismática otorgada por el pueblo; resucita del ayer a las reflexiones weberianas. Los paradigmas dictatoriales de la "imposición", contrastan con los mimbres democráticos de la "elección". Desde la Crítica, debemos reflexionar sobre: los pros y contras entre un líder eficiente desprovisto de la voluntad colectiva, o un líder ineficaz pero arropado por las urnas.
La autoridad racional desprovista de carisma no tiene cabida en el juego de lo público. Mientras en las empresas privadas, muchos "jefecillos" dirigen a sus "súbditos" sin dotes de liderazgo. En los marcos democráticos, sin embargo, se necesita la impronta del gobernante para acariciar el cetro de su rebaño. El poder de la atracción sirve al "cabeza de cartel", para amansar a las fieras en los terrenos salvajes de Hobbes. Pero queridos alumnos – nos decía Javier, en los paraninfos de Madrid -, la historia de la política está llena de líderes desprovistos de razón. Hitler conquistó su tribuna con los sables del carisma pero, gobernó sin razón a las pasiones germanas. Las mayores atrocidades del XX, se han producido precisamente por el incumplimiento de una ecuación en las bases legítimas del poder. Llegados a este punto, es lícito decir que, el carisma y la razón son necesarios para mantener el equilibrio en los malabares del poder.
Mario Monti llegó al poder impuesto por la troika de Bruselas. Llegó con los mismos mimbres que centenares de "Francos", vomitados por la historia. Llegó – señores y señoras del Rincón – mediante la "imposición". Mientras las armas del ayer fueron los tanques y los gatillos, las armas de Monti han sido el ordeno y mando de los mercados europeos. En ambos escenarios, el gobernante decide el sino de los otros sin el consentimiento mutuo de las voces ciudadanas. Mientras la tradición y la religión, legitimaban los abusos del absoluto en los tiempos del pasado. La ética de las curvas legitima el cetro del tecnócrata en los tiempos del ahora. Es "por el bien de los mercados" – en palabras recientes del círculo de Monti – el argumento que justifica: el sacrificio del carisma berlusconiano por la cabeza amueblada de Mario. Como decíamos en el párrafo de arriba: "la autoridad desprovista de carisma", tiene los días contados en los pasillos del demócrata.
La impronta de Silvio no sirve a los foros italianos para poner orden en el lío de las cuentas. El comercial sin cabeza para la gestión de sus pedidos, se convierte a largo plazo en un charlatán de mercadillo desprovisto de principios. Es precisamente, esta frase extraída de "las caídas de mi primo", la que invita al sociólogo para ilustrar lo que ocurre cuando el carisma del político está huérfano de razón. La gestión del poder por parte de Berlusconi, se convierte en una camarilla de pícaros y granujas, cuya finalidad es lucrar sus bolsillos, mediante los dimes y diretes que se cuecen en los fogones del "Cavaliere". El control de los medios y la visibilidad aplastante del camarada le sirven al "mujeriego italiano", para perpetuar su periplo ante los ojos de los suyos. Una vez más, las reglas del juego fracasan por los desequilibrios entre un exceso de carisma y una cabeza desamueblada. Llegados a este punto, lo mejor para Italia sería: un Monti con alma de Berlusconi o, dicho de otro modo, un Berlusconi con la cabeza de Monti. Difícil.