Fukuyama defendió el final de la historia. Un final que entendió como la victoria del liberalismo sobre el comunismo. Tras la llegada de Donald Trump a La Casablanca, el sino histórico ha cambiado. Y ha cambiado, queridísimos lectores, porque sus acciones responden a marcos del pasado. Responden, como les digo, a las prácticas del Absolutismo Regio. Un absolutismo que configuró la política europea durante los siglos XVI y XVIII. El auge de las monarquías absolutas supuso el puente entre la configuración de poder medieval y el contemporáneo. Durante ese periodo, existió una intervención del Estado en la economía, el control de la moneda y el aumento de la producción propia. Estas medidas persiguieron la fortaleza del Estado-nación frente a posibles amenazas exteriores. El aumento de la producción propia se consiguió, como saben, mediante el control de los recursos naturales, subsidios a empresas, creación de monopolios, la imposición de aranceles a los productos extranjeros y el incremento de la oferta monetaria.
Las acciones de Trump refutan los postulados de Fukuyama. La ideología liberal se desmorona ante la llegada de un neomercantilismo cuyo trasfondo, no es otro, que el fortalecimiento de lo local en detrimento de lo global. Estamos ante una nueva reestructuración de la economía, a nivel mundial, que pone en valor el péndulo histórico que defendía Foucault. El neomercantilismo no es otra cosa que una defensa contra el dinosaurio chino. El "low cost" asiático, y su extensión planetaria, ha herido el orgullo americano. Tras el descalabro de Vietnam, los EEUU han luchado por lograr la medalla de oro en el podium internacional. Ahuyentado el fantasma de la Guerra Fría, y con la llegada de múltiples Organizaciones Internacionales, se consiguió – de alguna manera – una estabilidad pacífica entre los grandes rivales clásicos. La llegada de Trump simboliza la restauración del honor americano. Simboliza el rugido del león herido. Y simboliza, y disculpen por la redundancia, la venganza del "Conde de Montecristo". Estamos, pues, ante "un ajuste de cuentas" de EEUU con sus "otros históricos".
Así las cosas, EEUU se ha convertido en ese líder juvenil que nadie reconoce en la edad adulta. Estamos ante ese joven que lideró los pasillos del instituto y que, llegado a los cincuenta, vive anclado en la nostalgia. Esa nostalgia – de corte romántico – se podría definir como la resurrección del sueño americano. EEUU quiere volver a ser ese país postmoderno que reflejaba a las utopías europeas. Y para ello, para resucitar de las cenizas, necesita relevancia internacional. Necesita liderar la cruzada económica contra su enemigo y recuperar la esperanza imperial. Para ello, Trump se ha convertido en una especie de monarca, o Mesías, que – legitimado por las urnas – resucita el mercantilismo. Un mercantilismo que activa, y perdonen por la analogía, la tercera ley de Newton. Estamos pues ante el efecto de la acción-reacción. Un efecto que desemboca en mundo conformado por autarquías. Autarquías que, dentro de un marco de insuficiencia económica, nacen muertas por el reparto desigual de los recursos naturales.