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De pandemias y algoritmos

Si tenemos un río a punto del desborde y los troncos para evitarlo. Necesitaremos brazos y manos. Brazos y manos, como les digo, que construyan, con urgencia, muros de contención. Solo así, contra reloj, conseguiríamos que la tecnología pusiera freno a las fuerzas de la naturaleza. Algo parecido sucede con la pandemia. Tenemos un virus que amenaza con el colapso del sistema sanitario. Y disponemos, desde hace dos semanas, vacunas para frenarlo. Ahora necesitamos, valga la obviedad, el suministro eficiente y eficaz de las mismas. Necesitamos organizar el ejército sanitario para que sus soldados venzan al enemigo. Esto que parece tan fácil, no lo es. Y no lo es, queridísimos amigos, porque entran en juego dilemas morales y enfrentamientos políticos. Dilemas sobre quién se vacuna primero y quién se vacuna después. Y enfrentamientos, políticos entre Comunidades Autónomas sobre quién vacuna más y quién vacuna menos.

Tales decisiones necesitan criterios que las sustenten. En España, por ejemplo, se vacuna primero a los ancianos y sanitarios. Se vacuna a quienes, en la primera ola, sufrieron con mayor gravedad los ataques del Covid. Y, se vacuna, a quienes están en primera línea del campo de batalla. Este orden, que se muestra lógico y sensato, tiene – como todo en la vida – sus simpatizantes y detractores. Los detractores argumentan que la probabilidad de contagio afecta a toda la población de manera similar. El virus busca cuerpos para alojarse. Y los busca sin atender a su edad, sexo y cultura, por ejemplo. Tanto niños, adultos y ancianos tienen probabilidad de contagio. Es por ello que este sector, crítico, cuestione la vacunación por estratos sociales. Si queremos llegar a la inmunidad de rebaño, dicen, se debería vacunar a diestro y siniestro. Se debería vacunar por orden alfabético. Y se debería vacunar mediante un incremento exacerbado de los efectivos sanitarios.

Otras voces críticas, defienden la puesta en valor de la Inteligencia Artificial contra la Covid. La vacunación de la población se debería realizar mediante un algoritmo. Un algoritmo – como los que utilizan las redes sociales, por ejemplo – que con el registro de los datos pandémicos – incidencia y prevalencia geográfica, laboral y educativa, entre otros – determinase quiénes se vacunan cada día. Con este algoritmo, tanto las decisiones unitarias y autonómicas sobre la pandemia pasarían a un segundo plano. Si la incidencia del virus, por ejemplo, es mayor en la región de Murcia, aumentaría, por tanto, el suministro de vacunas en dicha comunidad. Si Madrid – y es otro ejemplo – la incidencia prevaleciera en la población adulta – de 25 a 45 años -, mayor dosis para ese colectivo. De esa manera, la vacuna se suministraría de una forma eficiente y flexible. Un suministro eficiente y flexible que combatiría a la pandemia en su comportamiento presente. Y la combatiría, de forma autómata, sin sesgos subjetivos más allá de los autores del algoritmo.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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