Ayer, tras conocer la toma del Capitolio, escribí el siguiente tuit: "El buen jugador respeta las reglas de juego. El malo. El malo ve fantasmas donde no los hay. Trump no ha entendido una regla del juego. En democracia, la soberanía reside en el pueblo". Es el pueblo, y no la violencia de algunos, quien propone a sus representantes. Lo ocurrido en EEUU saca los colores al sistema democrático. Y los saca porque a estas alturas de la partida, la democracia – más segura del mundo – sufre las consecuencias del populismo. Un populismo que atenta contra la dignidad del ser humano por sus actitudes xenófobas. Y un populismo que utiliza la postverdad para construir su relato. Un relato que sirve para crear corrientes de opinión pública a su imagen y semejanza. Corrientes de indignación y repulsa contra quienes piensan diferente.
Aunque, en las pasadas elecciones, hubiese habido un supuesto pucherazo. Aunque la victoria de Biden no fuera del todo clara y distinta. Aunque Trump tuviera razón, la violencia siempre debe ser condenada. Y debe ser condenada, desde todos los rincones del planeta, porque tales acciones no son admitidas en un Estado Democrático y de Derecho. Es el Estado de Derecho quien debe aclarar si hubo, o no, un incumplimiento de las reglas de juego. Mientras el cuerpo judicial no se pronuncie, Biden debería ostentar el cetro de La Casablanca. Un cetro, provisional, hasta que los jueces y tribunales resuelvan todos los recursos interpuestos por su el líder republicano. Si no se hace así, estaríamos ante el principio del fin de la democracia. Un sistema que con, sus aciertos y errores, se presenta como la alternativa menos mala al resto de propuestas. Es necesario que existan sellos de calidad democrática. Sellos para que los veredictos electorales se conviertan en verdades absolutas.
Más allá de tales sellos, deberían existir pruebas que habilitaran para la política. Dichas pruebas, de índole internacional, servirían para seleccionar a futuros líderes políticos. A líderes que respetaran la dignidad humana. Una dignidad protegida por los Derechos Humanos. Y una dignidad incompatible con actitudes que atentaran contra ella. Actitudes como la homofobia, xenofobia, racismo, esclavitud y violencia de género, entre otras, no deberían fomentarse desde las tribunas. Y no debería porque atentan contra la no discriminación amparada en las constituciones de las democracias avanzadas. La selección de los líderes pasaría por escoger a los humildes en detrimento de los vanidosos. La vanidad y el poder se convierten en una mezcla corrosiva en momentos de derrota. Hacen falta más verificadores de noticias. Verificadores que saquen a la luz todo el arsenal de Fake News que corre por los medios. Si no se hace nada, es posible que algún día tengamos nuevas dictaduras.