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Réquiem por el intelectual

Todas las mañanas, tras tomar café, suelo leer los correos electrónicos. Ayer, sin ir más lejos, recibí un correo de Gabriel, un profesor de filosofía afincado en Madrid. Colega de profesión, me preguntaba acerca del manifiesto intelectual. Como saben, un grupo de intelectuales ha firmado una carta contra "la dictadura del pensamiento único en la izquierda". Antes de contestar a Gabriel, le invité a que leyera "la pseudointelectualidad", un artículo que escribí acerca de la figura del intelectual contemporáneo. Una figura confusa e imprecisa que cuesta definir. Y una figura que algunos confunden con los tertulianos de plató o políticos que escriben libros. O incluso con los literatos que, semana tras semana, escriben columnas de opinión. Los manifiestos intelectuales, más allá de ser una declaración de intenciones, no son santo de mi devoción. Y no lo son, como les digo, porque "la erradicación del hambre en el mundo", por ejemplo, no se soluciona con plumas y taquígrafos.

"El intelectual – leí en el muro de una obra abandonada – ha muerto". Y ha muerto, queridísimos lectores, porque su vehículo – el pensamiento – no interesa a la sociedad del capital. Estamos ante un "Capitalismo Horribilis" donde la finalidad reside en lo material. Ante el aparente avance, ante la utopía del progreso existe una entropía de lo intangible. La razón, como diría Nietzsche si levantara la cabeza, ha sido inútil para la justicia social. Y lo ha sido porque estamos ante una intelectualidad alienada por lo mediático. El periodista – un ejemplo de pseudointelectual – se ha convertido en un vendedor de helados en una feria de verano. La escritura se ha convertido en un oficio a sueldo de los poderosos. La mayoría de escritores famosos atesoran un cúmulo de novelas comerciales. Novelas que son una apuesta segura para determinadas editoriales. Algunos de estos escritores prefieren conservar la discreción, prefieren no conceder entrevistas, por el miedo a que sus lectores descubran sus verdaderos pensamientos. Existe, por tanto, un miedo al cuerpo desnudo. Un miedo a que los lectores castiguen al autor por pensar diferente.

Por ello, queridísimos amigos, yo no suscribo los manifiestos intelectuales. Y no los suscribo porque pienso que el intelectual debe ser independiente. Los manifiestos, por su parte, son catálogos de criterios compartidos y puntos de vista semejantes. Y la semejanza y el asociacionismo es el primer peldaño para el pensamiento único, el mismo que denuncian los, ahora, firmantes. Nunca he entendido que "Pepito o Joseíco" sean intelectuales de derechas y que "Manolico y Antoñico" lo sean de izquierdas. Y no lo he comprendido, queridísimos amigos, porque intelectual es todo aquel que analiza, sintetiza y critica a la sociedad. Y la critica desde lo alto de la cima. Desde lo alto vislumbra la copa de los árboles y saca conclusiones. Los intelectuales que vagan por el bosque son susceptibles de caer en diversas tentaciones. Tanto que algunos escriben por dinero y traicionan a sus ideas. Hay, por tanto, una cierta prostitución del pensamiento que contamina la búsqueda de la verdad. Una verdad que cada día enferma por el virus de la manipulación y el cortijo de la información. Por desgracia, la verdad sea dicha, no estamos ante una masa intelectual honesta sino ante una falsa apariencia de sabiduría y compromiso. Triste.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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