El otro día, mientras caminaba por las calles del vertedero, tropecé con un titular que despertó mis neuronas. Según Unai Sordo, secretario general de CCOO, "si con el nuevo Ejecutivo no hay cambios en la legislación laboral, iremos a un escenario de movilización". Un "escenario de movilización", o dicho más claro, de huelga laboral, tras casi una década de sequía sindical. Tras casi diez años, maldita sea, sin apenas protestas callejeras; más allá del postureo del uno de mayo. Por ello, ante estos titulares, la crítica no puede pasar de puntillas. Y no puede pasar, queridísimos camaradas, porque no hay excusas para la parálisis. Seguimos con la Reforma de Báñez. Aquella que dinamitó el Estatuto de los Trabajadores y tiró por la borda los logros sindicales de los años felipistas. Estamos inmersos en el mileurismo, la temporalidad y el éxodo de talentos.
El multipartidismo y la inestabilidad política han silenciado el grito del asfalto. La brevedad de las legislaturas ha perjudicado, y mucho, la acción sindical. Tanto es así que sus líderes han perdido el poder de influencia de los tiempos olvidados. Hoy, con el SMI y las prestaciones congeladas, los sindicatos deberían actuar. Es necesario que el sindicalismo influya en los ejecutivos, que presione para que se desarrolle, de una vez por todas, una Ley Orgánica sobre el derecho de huelga. Hace falta que las organizaciones sindicales modernicen sus medios de comunicación y saquen los dientes a la partidocracia. Una sociedad civil débil y pasiva es lo peor que le puede pasar a una democracia. Por ello, hoy más que nunca, hace falta que resurja un movimiento obrero que integre las voces del feminismo, el ecologismo y la discapacidad. Es urgente que los inspectores de trabajo escuchen a los sindicatos. Y es urgente, y no me cansaré de denunciarlo, que se active la conciencia de clase.
El "divide y vencerás", de muchas empresas actuales, ha hecho que el individualismo liberal eclipse el espíritu cívico de antaño. Un individualismo o "sálvese quien pueda" que destruye a la clase media y la somete a los tiempos premarxistas. Una clase encogida – con menos hijos de los deseados; con menos viajes de los soñados y con altas probabilidades de bajar de escalón social -, se convierte en una tortuga para el progreso. Ante esta clase frustrada, los sindicatos deberían actuar. Actuar para recuperar las ganas de combate. Aparte del problema catalán. Aparte de que Junqueras salga o no de la cárcel. Aparte de que haya investidura de gobierno, en este país persiste el problema laboral. Un problema que se manifiesta en salarios bajos, baja productividad, temporalidad, siniestralidad, absentismo y altas tasas de paro. Un panorama desolador que se incrementa por la ingobernabilidad del país, la parálisis legal y el poder del tejido empresarial.