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De vidas y pergaminos

El otro día, tras salir del trabajo, fui al supermercado. Necesitaba comprar una bolsa de fideos y algo de verduras. En la puerta estaba Carmelo, un viejo conocido de mi pueblo. Un chico que conozco desde mis tiempos desviados. Tiempos donde los cigarrillos, la juerga y las mujeres eran lo más importante en mi vida. Tras un saludo, nos deseamos felices fiestas. Le di un abrazo y un apretón de manos. Sus manos estaban frías. Frías como una farola en una plaza de Siberia. Me dijo que no tenía dinero. Que acaba de salir del talego y lo único que llevaba en el bolsillo era la chapa de la cerveza. Saqué la cartera, y arrojé sobre sus manos un puñado de calderilla. Le pregunté con quién iba a pasar la Nochebuena. Me dijo que tenía una orden de alejamiento de su madre. Una orden por agresión. Su "vieja" no comprendía que estaba enfermo. Enfermo de hachís, coca y nicotina.

Me despedí de él. Me fui cabizbajo por toda la avenida. Tocado y "jodido" por aquella conversación. La vida es generosa para unos y cruel para otros. Unos, decía mi abuelo, nacen con estrella y otros estrellados. Estaba tan mal que, tras dejar la compra encima de la mesa, bajé al Capri. Tomé un café, saludé a Peter, y volví a casa. Ese día comía solo. Mi mujer hacía jornada continua y mi hija comía en casa de una amiga. Nunca me ha gustado comer solo. Me molesta la soledad de la casa. Necesito diálogo. Soy, aunque no lo aparento, un ser bastante social; un "animal político" como diría Aristóteles si viviera. Mientras hervían los fideos, me iba y venía a la mente la imagen de Carmelo. La imagen de aquel niño que jugaba al futbolín en los recreativos de Manuela. La imagen, maldita sea, de aquel adolescente que hacía caballitos con la moto en la puerta de la Trébol. Aunque aquellos tiempos hayan pasado. Aunque agua pasada no mueva molinos. Lo cierto y verdad es que detrás de cada hombre hay un pergamino.

La vida es un misterio. Sabes cuando empieza pero no, cuando termina. Por eso es tan importante vivir el día a día. Vivir en el "eterno retorno" que dría Nietzsche. Vivir porque hoy, queridísimos amigos, estamos bien y mañana no sabemos lo que será de nuestro sino. Hay tantas probabilidades y posibilidades en el camino; que la excepción en la vida es el cumplimiento de los planes. Por ello, porque vivir es una oportunidad única e irrepetible hay que aprovecharla. Hay que saborear los pequeños detalles. Detalles como el olor a café o el saludo del vecino son, al fin y al cabo, los que merecen la pena. Hoy, recuerdo a Carmelo. Y lo recuerdo porque es él, el mismo que aparece en la esquela del bar Joaquín. Es él, aunque no lo pueda creer, quien ha dejado de ser. Y es él, aquel que saludé a las puertas del supermercado, quien puso el punto y final al contenido de su pergamino. D.E.P.

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3 COMENTARIOS

  1. juan torralbo muñoz

     /  24 diciembre, 2019

    me gusta,y mucho,lo que escribes y aunque a veces tu pluma florida se deje llevar por la cultura que posees,haces una inmensa y honorable labor en tu lucha contra los gigantes molinos de la ignorancia con todo lo que esta palabra conlleva

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  2. Teresa Ruiz

     /  24 diciembre, 2019

    Sí, la vida es un misterio… un enigma diría yo, dos personas (dos amigos) iniciando el mismo camino y acabando tan dispares. Me ha traído recuerdos de mi época de estudiante cuando de mi clase también se quedaron en el camino cuatro compañeros y dos de ellos eran de Callosa de Segura también. Tierno relato Abel.

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  3. Pilar Martinez

     /  3 febrero, 2020

    Acabo de leer tu articulo, querido amigo, y me ha hecho mucho bien . Gracias

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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