Si algo aprendí de Einstein es que para obtener resultados distintos hay que hacer cosas diferentes. Si no cambiamos de tecla, si siempre pulsamos la misma, la trompeta sonará igual. Esta vieja enseñanza podríamos aplicarla a la cuestión catalana. La aplicación del artículo 155 es condición necesaria, pero no suficiente, para solucionar el conflicto territorial. Aunque la derecha convoque a la sociedad civil. Aunque Casado lance los tigres a Sánchez, la Constitución por si sola no basta para conseguir la paz en Cataluña. Y no basta, queridísimos camaradas, porque el Estado de Derecho no es una varita mágica para la solución de todos los problemas. Hay problemas que se escapan de los tentáculos legales. Ante este hecho, es necesario que se activen los mecanismos del diálogo. Un diálogo instrumentalizado por la figura de un relator y dentro, faltaría más, de la legalidad.
La rendición de ETA, como recordarán, se logró por la combinación entre leyes y negociación. Gracias a la mediación, el gobierno de Zapatero consiguió la paz en Euskadi. En aquellos años, Rajoy criticó hasta el hastío el instrumento del diálogo. El recurso al relator es urgente y necesario para solucionar el conflicto catalán. Urgente porque el nacionalismo catalán determina, por cuestiones de aritmética parlamentaria, las decisiones del Congreso. Necesario porque, visto lo visto, la aplicación del artículo 155 reprime y enciende el odio entre el centro y la periferia. Un odio que alimenta la xenofobia, resucita el fantasma del populismo, y levanta el vuelvo de la gaviota. Por ello, Sánchez iba por el buen camino con la figura del relator. Una propuesta que ha quedado en agua de borrajas tras las palabras de los "jarrones chinos" de su partido. Con los hechos en la mano, con el paso atrás de Pedro, se ha demostrado que sus decisiones no pesan tanto en su partido.
Sin relatores en el camino. Tras el regreso al artículo 155, la ira de la derecha y el llamamiento a la unidad de España no tiene sentido. Y no lo tiene, porque Cataluña – sin reforma constitucional – seguirá cosida a Hispania por los siglos de los siglos. Seguiremos sufriendo el auge del populismo, la crispación territorial y el repliegue ante quienes tienen la llave del hemiciclo. Por ello, el inmovilismo, el llamamiento a la sociedad civil y la defensa de la unidad nacional no son la solución. Y no lo son porque la sociedad catalana está dividida entre unionistas y separatistas. Y este conflicto, que afecta al Estado de las Autonomías, es un problema de todos. Un problema que necesita diálogo, mucho diálogo, para que la vecindad recupere su cordura. Un diálogo orquestado por un relator. Por alguien que acerque posturas, pondere concesiones y busque una solución ventajosa para los de dentro y los de fuera. Un relator, por tanto, que actúe – faltaría más – dentro de las reglas de juego. Un relator, eso sí, sin las manos manchadas de cal.
M Jesús
/ 15 febrero, 2019Como siempre espléndido, genial Abel Ros. DIÁLOGO Y + más DIÁLOGO. Abrazos