Entre gambas y langostinos, S.M. habló el día de Nochebuena. Y lo hizo, como saben, con un mensaje para los jóvenes. Un mensaje huérfano de Cataluña, Andalucía y demás temas actuales. Tras escuchar sus palabras, le puse el collar a Diana y salí a dar una vuelta por las manzanas de mi barrio. Desde la acera, oí el canto de villancicos y de risas familiares. Risas de familias unidas por el influjo del momento. Mientras paseaba a Diana, recibí un wasap de Peter. Un wasap emotivo, con deseos sinceros para el próximo año. El 2018 no ha sido un buen año para El Capri. Desde que el instituto cambió de sitio, los jóvenes ya no frecuentan el garito. Recuerdo cuando los lunes a las cinco, las mesas del fondo estaban repletas de chicos y chicas jugando al duro. Eran otros tiempos.
De regreso a casa, me tropecé con Jacinto. Tras un apretón de manos y las preguntas típicas del encuentro, hablamos largo y tendido sobre el mensaje de S.M. Republicano hasta las cejas, Jacinto no comprendía por qué la Corona sigue en pie en pleno siglo XXI. No entendía por qué no se cuestiona su existencia desde el poder del referéndum. Los jóvenes, le dije, son el tendón de Aquiles de la Monarquía. Son ellos, la generación futura, el mayor riesgo para la sostenibilidad de los Borbones. En días como hoy, la institución de la corona no comulga con los valores del capitalismo y la democracia. Y no comulga porque los valores del mérito y el esfuerzo y, el derecho al sufragio activo y pasivo, chocan de frente con las sombras de la Corona. Unas sombras enfermas por lo retrógrado de su figura. Así las cosas, el monarca ha decidido empatizar con los jóvenes desde su tribuna de Nochebuena.
En días como hoy, aparte del deterioro social de la Monarquía, la Corona española se ha convertido en una institución cuestionada por los jóvenes. Jóvenes nacidos en los albores del XXI. Alejados de los logros del Juancarlismo y, por tanto, ajenos a los sentimientos promonárquicos de sus padres. Ante esta situación, don Felipe se debe emplear a fondo para resucitar el espíritu monárquico de los tiempos adolfinos. Para ello, el Rey tiene que reivindicar su valía en los entramados del sistema. Tiene que convertirse en el árbitro neutral de los conflictos que acechan al país. Debe, por tanto, mediar en la contienda catalana, en los diálogos internacionales y en todo aquello que obstaculiza la convivencia social. Se debe convertir en el eje transversal de la problemática actual. Un eje necesario para acercar posturas y tender puentes hacia la paz. Solamente así, defendiendo – con los hechos – su función mediadora, los jóvenes creerán en su figura.