Hace meses escribí "De Isidoro y Puigdemont", un artículo que analizaba los paralelismos entre el exilio de Felipe González (Isidoro) y Puigdemont. En él criticaba a Rajoy por la convocatoria inminente de las elecciones catalanas, tras proclamarse la República Independiente – e Imaginaria – de Catalunya (RIIC) y, tras la huída a Bélgica del líder separatista. En aquel texto, defendía que el exilio del President serviría para idealizar su figura y movilizar, a su favor, al independentismo. Aunque Ciudadanos ganara las elecciones, lo cierto y verdad, es que la aritmética de la cámara favorecía a los artífices del "procés". Desde el exilio, Puigdemont ha intentado manejar los hilos de su partido, gobernar su ínsula Barataria y, para más inri, jugar al gato y al ratón con el Estado de Derecho.
La detención de Carles Puigdemont, esta mañana en Alemania, pone un punto y final al surrealismo catalán. Gracias a su detención, la RIIC se desmorona como un castillo de naipes en medio de una playa. Tarde o temprano, me decía un tipo que conocí en El Capri, todas las brevas caen de maduras. Y caen, por que en la vida real no hay hojas perennes; no existe la eternidad y, la huida no siempre es la mejor escapatoria. Tras varios meses de ruta por Bélgica, Dinamarca, Finlandia y Alemania; los gigantes del Quijote se han convertido en los barrotes de una cárcel alemana. Este golpe en la mesa, aunque tarde en el tiempo, era necesario para salvaguardar la transparencia de las reglas de juego. Unas reglas de juego cuestionadas, por la opinión pública, ante la pasividad del Gobierno en la captura de quién en su día burló al Estado de Derecho.
La captura del líder independentista abre un antes y un después en la cuestión catalana. De cara a unas próximas elecciones, las fuerzas separatistas han perdido la cohesión que tenían durante la víspera de la República Independiente de Catalunya. El encarcelamiento de la cúpula, la huída de empresas y el descenso del turismo; ponen en evidencia que el separatismo no es una buena idea. Así las cosas, la razón, la aplicación del Artículo 155, está ganando la batalla a la emoción, el sentimiento catalanista. La detención de Puigdemont otorga credibilidad a nuestro Estado de Derecho, refuerza la imagen de España en la esfera internacional e insufla una bocanada de aire fresco a su débil economía. Ahora bien, esta detención no es condición suficiente para que el Pepé se recupere del resbalón de las pasadas elecciones. Mientras el PP y el PSOE gobernaron con los catalanes en épocas de mayorías relativas, Ciudadanos – por carecer de experiencia de gobierno – no tiene manchas en su solapa.
Ante el fracaso judicial del catalanismo, ahora es el momento de que nuevos líderes cojan el timón y cambien la ruta del "procés". Un "procés" con fecha de vencimiento, que para lo único que ha servido es para enfrentar a nuestros vecinos catalanes. Ahora, con Puigdemont entre barrotes, es el momento de vehicular un discurso catalanista dentro del Estado de Derecho; un discurso basado en el diálogo y la negociación por encima del surrealismo. Esta es, por mucho que algunos no la quieran ver, la única vía posible para que Catalunya recupere la cordura en su océano de locura. Para ello, para recuperar la cordura, hace falta que el radicalismo catalán modere su discurso. Desde los tiempos de Artur Mas, parte de Catalunya vive inmersa en la frustración del querer y no poder. Es el momento de comunicar los sentimientos desde la asertividad. Una asertividad consistente en la reivindicación de los derechos sin atentar contra el otro. Una asertividad basada en la corrección, sin pasar la línea de la agresividad y, sin dejar de lado la pasividad.