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El cortijo

Aquella madrugada, conocí a un tipo raro en El Capri. Un tipo de esos que beben Bourbon, mientras leen lo que se cuece en las páginas del vertedero. Tras hablar con él un buen rato, me di cuenta de que detrás de ese aspecto descuidado, se escondía alguien inteligente; alguien esculpido con los cinceles de la vida. Hablaba despacio, tanto que sus palabras desfilaban como si fueran nazarenos en una procesión de Viernes Santo. Con él estaba La Juana, una mujer de esas que calzan tacones y transitan a deshora por las barras de los pueblos. En este país de pillos y granujas – me dijo – los que viven como reyes son los del cortijo. En el cortijo, se reparten los cargos como si fueran caramelos en una fiesta de cumpleaños. Allí, los cargos se eligen a dedo entre los amigos de unos y los conocidos de otros. Allí no hay desahuciados, ni gente haciendo malabarismos para llegar a fin de mes. Tampoco hay miedo a los EREs, ni siquiera a un jefe que te tosa los lunes por la mañana.

Para entrar en el cortijo no hace falta oposiciones. No hace falta romperse los codos para conseguir una plaza de maestro en un colegio del Estado. No es necesario entregar el currículum, ni saber muchos idiomas. Ni siquiera hace falta pasar por una entrevista de selección o una dinámica de grupo. Para más inri, tampoco hace falta ser guapo, alto o feo para firmar el contrato. Lo que importa para entrar en el cortijo, es que seas "amigo de"; amigo del alcalde, concejal o diputado. Solo con eso, y un poquito de suerte, la vida de un ignorante se convierte en el sueño americano. Gente que sin contactos serían muertos de hambre; con contactos, se transforman en hombres pseudocultos con despacho y secretaria. Mientras nosotros; los tontos, los idiotas criticamos la política. Ellos – los del cortijo – hacen de ella el mejor de los manjares.

Con aquel tipo del Capri aprendí más que una tarde de estudio en la biblioteca de mi pueblo. En el cortijo hay quienes cobran por sus dietas más que un mileurista, trabajando de sol a sol en el huerto de limones. Hay quienes salen del cortijo con pensiones vitalicias, casas revaloradas, y negocios imposibles sin los lazos clientelares. El alcalde de su pueblo – me contaba Gregorio, otro asiduo del Capri – entró en el consistorio con un Seat Córdoba. Después de veinte años con el cetro en la mano, salió hecho un hombre de los pies a la cabeza. Ahora se mueve por las calles con un BMW de alta gama y camisas de Ralph Lauren. Es lo que tiene el cortijo, sabes como entras pero no sabes como sales. Hay quienes entran honestos y salen corruptos, y quienes entran granujas y terminan en la cárcel. El hechizo del cortijo tiene que ver con la erótica de los sillones. Una erótica de insinuaciones y fetiches; miradas de reojo y secretos palaciegos.

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2 COMENTARIOS

  1. enrique

     /  12 diciembre, 2016

    Un tipo raro bien informado que opina como la inmensa mayoria informada.

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  2. Lo del cortijo es un ppasada…

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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