Me contaba Carmelo – un viejo conocido del Maracaibo – que a su hija, de cinco años, le leía todas las noches fragmentos del Quijote en lugar de Blancanieves y cuentos por el estilo. La niña conocía a Sancho y Rocinante como si fueran de su familia. Tanto es así, que en su habitación colgaban dibujos de Dulcinea; espadas y herraduras. Carmelo es profesor de Lengua y Literatura en una universidad de las tripas parisinas. Siente tanta pasión por Cervantes, que su tesis doctoral versó sobre el habla popular de los tiempos del Quijote. El otro día, tras varios meses sin saber de él, me envió un correo. Me pedía que por favor escribiera algo acerca del cuarto centenario de la muerte de Saavedra. Algo parecido a "huesos sin nombre", un artículo que escribí, hace un año, para Levante EMV.
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