El otro día, hablaba con una compañera sobre la relación entre literatura y filosofía. Decía que ambas son dos caras de una misma moneda. Cualquier creación escrita tiene su trasfondo filosófico. El Quijote, por ejemplo, es una joya de la literatura pero también lo es de la filosofía. Durante toda la obra, Miguel de Cervantes, materializa su pensamiento a través de personajes ideologizados. Su texto pone de manifiesto la singularidad del yo frente al otro. Del sabio frente al necio. Del noble frente al plebeyo. Y del amigo frente al enemigo. A través de esta dialéctica surgen los discursos, las descripciones y las tramas que envuelven a la novela. Y todo ello, que algunos llaman relato, suscita pensamientos en la recepción lectora. El lector, más allá de su figura antropomorfa, percibe el mundo de forma fenoménica. Su experiencia lectora es diferente al resto de lectores. Cada lector lee desde sus circunstancias vitales, o dicho más claro, desde su angustia.
La obra de Nietzsche, sin ir más lejos, es rica en recursos literarios. Sus aforismos son dinamita viva contra la sociedad de su tiempo. A través de su estilo – la filosofía del martillo – el irracionalista hace bailar el lenguaje. Altera su lógica y costumbrismo gramatical. Destruye, de algún modo, su sentido racional y lo reviste de energía. Su prosa es rica en musicalidad. Existe un ritmo entre los interlineados. Hay sombra detrás de cada frase. Y esa sombra es la filosofía. Sin esa "sombra", Nietzsche no se entendería. Sería algo así como un "juntaletras" que habla de camellos, niños y leones. La literatura necesita el eco filosófico. Un eco que rellena el hueco de las palabras. Miguel Hernández – el poeta de Orihuela – muestra su oda a la naturaleza. Sus jazmines simbolizan la pureza y la conexión con la vida y la muerte. Y la vida y la muerte, queridísimos amigos, son uno de los grandes problemas de la filosofía. La literatura responde, desde la poesía, a las preguntas: "¿De dónde vengo?" y "¿hacia dónde voy?" Ese misterio, que distingue a los humanos, aparece en las coplas de Manrique. Y aparece, como les digo, en una reflexión magistral sobre el poder igualitario de la muerte.
Llegando con el dardo más lejos, hace falta una reestructuración de ciertos grados universitarios. El grado de Lengua y Literatura – antes Filología Hispánica – debería ser "Grado en Literatura y Filosofía". Un grado que surgiría tras la emancipación de la Lengua en un grado distinto. Con este planteamiento, los alumnos abordarían la historia del pensamiento en conexión con la historia de la literatura. De una parte, tendríamos el problema filosófico y su tratamiento ensayístico. Y de otra, su reflejo en la literatura. De esa forma, el alumnado adquiriría un nivel competencial específico y transversal. El estudiante profundizaría en los valores éticos que hay detrás de cada obra. En el Cantar del Mio Cid, por ejemplo, se trataría el honor como principio moral de una época. En La Casa de Bernarda Alba se analizaría como el reflejo de una sociedad patriarcal, o estudio de un caso, en contraste con El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir. La Metamorfosis de Kafka abordaría la "rareza" ante el gregarismo. La literatura envuelta de filosofía suscita un enriquecimiento de sendas disciplinas. Hagamos que suceda.
Juan Antonio Luque
/ 24 junio, 2025Completamente de acuerdo con tu reflexión, Abel. Pero esa unión literatura , filosofía debe estar al alcance , a nivel comprensivo, de todos. Como hacer que la filosofía, tan necesaria en estos tiempos se arraigue en la sociedad ¿Debe aparecer un nuevo Descartes y hacer tabula rasa? ¿ se debe adaptar la filosofía a la actualidad o la filosofía de la modernidad tiene mucho que aportar todavía a este siglo de tiktokers, influencers y nuevos tiranos? Si puede ¿ como hacerlo?