Una cosa, lo decía el otro día en X (la antigua Twitter), son los mandatos y otra – muy distinta – los aparatos. A lo largo de nuestra democracia, han existido casos de corrupción, que han sacado los colores tanto a la izquierda como a la derecha. De la parte socialista, tenemos el Caso Guerra, el Tamayazo y los ERE de Andalucía, entre otros. En el PP, tenemos el Caso Naseiro, el Palma Arena, la Gürtel, la Operación Malaya, el Caso Pokémon, los "papeles de Bárcenas", y las Tarjetas Black, entre otros. En otros ámbitos, el Caso Nóos y el Caso ITV. A lo largo de este tiempo, ningún presidente del Gobierno ha dimitido por las corruptelas de sus partidos. Algunos fueron derrotados en las urnas y otros – como Mariano Rajoy – despojados mediante mociones de censura. Solo Jaume Matas y Francisco Camps – ambos presidentes autonómicos – dimitieron de sus cargos. Existe, por tanto, una resistencia ante los "garbanzos negros" de los partidos.
La corrupción forma parte del lado oscuro de los aparatos. Aunque los cargos se juran con "lealtad a la Constitución", la realidad – en ocasiones – supera la ficción. Existen casos como el Caso Koldo – en proceso – que mancha, una vez más, la imagen de la política. Este caso, como cualquier otro que afecte a la corrupción de los aparatos, suscita prejuicios, sesgos y estereotipos. Suscita, como digo, etiquetas que enturbian las aguas de “lo público”, rompen la confianza en las instituciones y generan polarización. Los partidos de la oposición encuentran, en el fango del adversario, una cortina de humo para tapar las vergüenzas de sus casas. Así las cosas, el Caso Koldo eclipsa, durante un tiempo, la "mazonada" o la dudosa gestión de la DANA por parte de Mazón. Al mismo tiempo, insufla entusiasmo a la militancia del Pepé de cara a las próximas elecciones. Aún así, una hipotética moción de censura, por parte de Feijóo, nacería muerta desde el minuto número uno. Por tanto, la corrupción – más allá de la depuración de responsabilidades judiciales – genera ruido mediático en los mentidores de la calle.
La corrupción no siempre pasa factura a los partidos. El votante emocional o "incondicional" sigue votando a sus siglas pasionales. Y lo hace aunque se presente "Pepito el de los palotes". Ese votante, que vota desde las vísceras, no mueve tan fácil su voto por "un puñado de granujas". El votante racional toma su decisión, en la mayoría de los casos, desde el filtro de sus circunstancias. Analiza cómo le iba antes y cómo le va ahora. Y en función del saldo vital modifica, o no, su conducta electoral. La corrupción, sin embargo, sí afecta a la abstención. Y esa abstención puede determinar el resultado electoral. De ahí que la campaña electoral del PSOE apelará al miedo como factor movilizador. Las variables macroeconómicas juegan a favor del sanchismo. España va bien y así lo atestiguan la OCDE, la Comisión Europea y el Banco de España, entre otros. El crecimiento económico, en lo que llevamos de año, oscila entre el 2,4% y 2,6%, el desempleo entre el 10 y el 10,5%, la Deuda pública en reducción y el déficit público menos del 2.8% del PIB. Con estos datos, el "Sanchismo" está tocado pero no hundido. Y es que el votante de a pie – Manolo o Manuela – piensa en términos de mandato. Por ello tendremos a Pedro para rato. Y lo tendremos porque una cosa son los aparatos y otra, los mandatos.