El fallecimiento del Papa Francisco I, abre el debate sucesorio. En lo que llevamos de siglo, tres papas han empuñado el cetro del Vaticano. En vísperas del conclave, que elegirá al nuevo Papa, es el momento de reflexionar sobre, cómo debería ser el nuevo líder de la Iglesia. La elección de Benedicto XVI no fue tan acertada como parecía. Fue, como sabemos, un Papa que no cumplió con el mandato vitalicio. De corte intelectual, le dio una vuelta de tuerca al conservadurismo eclesiástico. Recuperó las misas en latín y otros rituales de antaño. No abrió ningún melón, que pusiera en jaque el establishment de la Iglesia. Lejos del postureo, Ratzinger vivió, la mayoría de su reino, en los intramuros del Vaticano. Su figura contrastaba con Juan Pablo II, un "Papa viajero" que supo coser las grietas de la Iglesia. Hoy, tras veinte años de su muerte, el mundo espera – con incertidumbre – el nombre que saldrá elegido tras la "fumata blanca" de Roma.
Bergoglio intentó reformar la Iglesia pero no lo consiguió. Hizo mucho ruido en el silencio vaticano. Ruido por la incomodidad que suponían sus debates. Debates, entre otros, como el celibato de los curas, el aborto, el rol de la mujer en el seno de la Iglesia, el diálogo con la comunidad LGBTQ y el endurecimiento de las sanciones ante los delitos sexuales en el seno del clero. Francisco abrió melones pero fueron cerrados por poderes en la sombra. Tuvo en contra a la parte conservadora de la curia. Y su proyecto reformista quedó en el bulevar de los sueños. De ahí que Bergoglio quiso, pero no pudo materializar el modelo de Iglesia, que rondaba por su mente. De ahí que su mandato pasará a la historia como un "poder frustrado". Aún así, él consiguió un liderazgo distinto al acostumbrado. Quiso hacer de su fe, un ejemplo de vida. Lejos del lujo vaticano. Lejos de la ostentación de su cargo, vivió como "pobre" en una "casa de ricos". Emuló, de alguna manera, las proclamas de la Orden de San Francisco de Asís.
Ahora toca elegir al nuevo Papa. Toca un nuevo cónclave, que designe – desde la élite clerical – al nuevo pontífice. Lejos de entrar en el juego de las "quinielas papales". Lejos de jugar a quién será elegido entre los papables, debemos analizar cuál sería el mejor perfil para los tiempos venideros. Y el mejor perfil está en función del rol que debería desempeñar el nuevo líder en el mundo. La llegada de Trump a la Casablanca ha derivado en un mundo diverso y antiglobalizador. Un mundo de aldeas separadas por muros económicos. Y un mundo, y permitan la metáfora, de corrales, gallos y gallinas. Ante este panorama, se necesitan figuras que otorguen cohesión, o inmutabilidad, dentro de lo mutable. Alguien que utilice la esencia como unión ante la diferencia. Y ese cometido es el que, desde la crítica, debería ostentar el nuevo Papa. Un Papa, que lejos del enclaustramiento vaticano, recurra a la fe como unión de lo diverso. Alguien que junte a los cristianos más allá de su origen geopolítico. Y alguien que abra lazos con otras religiones. Ese "unificador de los pueblos mediante la fe" debería ser, sin duda alguna, el nuevo predicador de Roma.