En los últimos días, he leído diversos artículos acerca del coronavirus y la filosofía. Artículos que ponen el enfoque en la "nueva normalidad", anunciada por Pedro Sánchez. Si quieren que les sea sincero, y a los hechos me remito, dudo mucho que cambien las pautas sociales. Y lo dudo, queridísimos lectores, porque la desescalada no está siendo tan responsable como parecía. Desde el pasado domingo, veo – al menos en mi pueblo – cada vez más gente sin guantes ni mascarillas. Parece como si el virus nunca hubiera existido; como si lo vivido fuera un sueño. Y los sueños, como diría Calderón, "sueños son". Aunque haya descendido el número de fallecidos. Aunque cada vez hayan menos contagios y estemos más cerca de vislumbrar la luz al final del túnel; lo cierto y verdad es que el virus sigue vivo entre nosotros. Está tocado, cierto, pero todavía no está hundido. Por ello, existe riesgo de contagio; de repuntes y vuelta al kilómetro cero.
El confinamiento ha sido una oportunidad para vencer el aburrimiento, repensar nuestras vidas y planificar el camino. Más allá de esa reflexión, el Covid-19 no alterará la genética social. Y no la alterará, como les digo porque los españoles somos gente de la calle. Nos gustan las terrazas, las tertulias y las tapas. Nos encanta pasear, sentir como el sol ciega nuestros ojos. Y nos fascina viajar. Nos fascina, como les digo, conocer nuevas gentes y lugares. Somos, como diría Jacinto si levantara la cabeza, de besos y abrazos. De tocarnos cuando hablamos. De decirnos piropos los unos a los otros. Lo llevamos en nuestros genes. Forma parte de nuestro pedigrí. Y por muchas cuarentenas que vivamos, ninguna cambiará nuestras señas de identidad. Esa esencia que nos distingue y que forma parte de nuestra marca España. Por ello, no comparto aquellos razonamientos filosóficos que predicen lo contrario. Aquellos que dicen que nos convertiremos más fríos, menos sociales y callejeros.
Esa alma callejera que invade nuestros cuerpos, es la que me preocupa como sociólogo. Y me preocupa, queridísimos lectores, porque si no actuamos. Si no nos volvemos más germanos es muy probable que tengamos Covid para rato. Desde el pasado domingo, veo como las calles se inundan de críos. De críos jugando por las aceras, de madres y padres hablando con sus semejantes. Y hoy, para no ir más lejos, veo como miles de “runners” salen – salimos – a las calles. Y salimos sin darnos cuenta que estamos ante una pseudonormalidad. Estamos ante un riesgo invisible que amenaza nuestros diálogos y pone en jaque el bienestar social. Ante este panorama, la desescalada no debería tomarse como un brindis a la libertad sino como un permiso a la responsabilidad. Es necesario que sigamos guardando las distancias y que no relajemos las formas. En definitiva, es preciso que luchemos contra nuestro pedigrí. Si lo hacemos, si tomamos conciencia del peligro, volveremos a sentir ese calor humano que tanto y tanto anhelamos.