La abdicación de don Juan Carlos ha revitalizado la visibilidad de la Corona y el simbolismo histórico de su figura. Tanto es así que el próximo día 19 de junio, el príncipe Felipe jurará su cargo vestido de militar, tal y como lo hizo su padre hace treinta y nueve años. Una vez más, las Fuerzas Armadas recobran el protagonismo social de los tiempos posfranquistas; la España de los uniformes y la seguridad nacional vuelve a los asfaltos de Madrid para rendir homenaje al hijo del Rey, como símbolo de poder. Es precisamente este continuismo con los protocolos de la tradición, el que invita a la crítica a reflexionar sobre cómo será el reinado de Felipe. Si será una bocanada de aire fresco para las turbinas democráticas o, seguirá todo igual tras el estruendo de la noticia.
En el Renacimiento español afloraron los libros sobre Príncipes. Eran manuales de ética y protocolo dinástico acerca de cómo se debía comportar un monarca en el arte de reinar. Hubo un texto, especialmente polémico, titulado "El Príncipe" de Maquiavelo. Este libro fue muy polémico, les decía, porque supuso una guerra abierta contra el imperio de la escolástica. La escolástica, para que nos entendamos, era una corriente de pensamiento basada en un conocimiento, legitimado por la fe. Gracias a esta forma de pensar, la Iglesia mantenía su poder sobre un pueblo analfabeto a través de la moral cristiana. Tanto es así, que los monarcas debían obrar conforme a los valores y principios de lo "bueno" y lo "malo", dictados por las sotanas. Maquiavelo, más allá de su conocida máxima: "el fin justifica los medios", fue un hombre incómodo para el tejido institucional de su tiempo. El autor del Príncipe defendió en su obra que los reyes debían gobernar sin las ataduras a la moral cristiana. Dicho de otro modo, los monarcas debían gestionar su poder conforme a los dictados de su conciencia. Esta recomendación maquiavélica suponía el alto riesgo de que el poder desembocase en tiranía. Sin moral cristiana y sin Derecho mediante, el arte de reinar se convertía en un peligro para las ciudadanía, más que en una garantía de la paz.
Saavedra Fajardo, hombre de convicciones religiosas y muy versado en leyes, escribió "empresas políticas", obra antagónica con los principios de Maquiavelo. Para Fajardo, la razón del Estado era la moral cristiana. Las decisiones de un monarca no podían basarse en su libre albedrío sino que debían someterse a los límites de la ética. Una ética, como les decía, de corte eclesiástico. En contra de Maquiavelo, Saavedra dio un pasó adelante y defendió una monarquía limitada por el pacto social del Derecho. Son, por tanto, las leyes y el cristianismo quienes neutralizan el riesgo a que un monarca se convierta en tirano y haga un uso pernicioso de su cetro. Hoy en día, quinientos años después de aquellas recomendaciones, coexisten en nuestro espacio monarquías democráticas con otras dictatoriales. También, por qué no subrayarlo, coexisten repúblicas libres con otras militarizadas y autoritarias. En España tenemos una Monarquía Parlamentaria donde el Rey reina pero no gobierna. Luego, los ciudadanos – gracias a la labor histórica de don Juan Carlos – no debemos tener miedo sobre el uso que hará el Príncipe cuando empuñe el cetro; puesto que su autonomía está muy bien delimitada en "el capítulo de la Corona".
El futuro Rey debería convertirse en alguien único e irrepetible y, no pasar a la historia como una copia imperfecta de su padre. A pesar de que don Juan Carlos se ganó la simpatía y el respeto de España por traernos la democracia, su hijo será proclamado Rey en unas condiciones históricas muy distintas a las suyas. Felipe VI reinará a un país con una sólida mayoría parlamentaria pero con una clara tendencia a la ruptura del bipartidismo – de celebrarse hoy elecciones generales, según un sondeo realizado para el Periódico de Cataluña, Podemos obtendría 58 escaños – . El futuro monarca reinará una España agrietada por las tensiones que genera la hipotética consulta separatista, anunciada por Mas, para el próximo noviembre. El nuevo Rey será coronado con el aplauso mayoritario de España y los abucheos de las voces republicanas. Aunque no se convoque el referéndum acerca de Monarquía o República, el futuro Rey debería convertirse en un ejemplo de pureza institucional para ganarse la simpatía de los suyos. Una voz, les decía, que invite al consenso y la negociación en la España plural que se avecina. Una voz que sancione la corrupción y el despilfarro de lo público. Un ejemplo de honradez y honestidad que detenga ante su figura a los curiosos que transiten por el museo de Cera. Los mismos curiosos que, en los últimos tiempos, pasan de perfil ante los muñecos de su hermana y su cuñado por lo que todos sabemos.
Victor Carrion
/ 11 junio, 2014Señores. Visto el tema de la monarquía desde América podemos observar que bajo el régimen parlamentario que sostiene a la Monarquía en España permite reglarlo democráticamente. No ocurre acá lo mismo por cuanto en Latinoamérica, actualmente existe una fiebre de reelección indefinida, basada en el control omnímodo del poder ejecutivo sobre todos los demás poderes del Estado incluido el poder electoral, en una suerte de caudillismo «democrático».
Pepe Moreno
/ 11 junio, 2014Juan Carlos se ganó la simpatía y el respeto de España por «traernos la democracia». Afirmación como mínimo exagerada. Contribuyó a ello, pero no la trajo. El pueblo, las fuerzas sociales, jugaron un papel de presión que obligó a consensuar a todos. JUAN CARLOS NO TRAJO LA DEMOCRACIA.
Mark de Zabaleta
/ 29 junio, 2014Felipe V fue el primer Borbón…llamado el «animoso». Mucho ánimo le hará falta a Felipe Vi para solucionar el pael de la monarquía….
Saludos