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Escraches

Los escraches, o dicho de  otro modo, el traslado de la indignación ciudadana a los portales de la calle, se ha convertido en una práctica habitual en el malestar del día a día. Escraches contra diputados, banqueros, profesores y todo lo que suene a poder, ponen de relieve para el sociólogo de hoy, la ineficacia de los mimbres tradicionales para la consecución de los fines civiles. Es precisamente,  la frustración ciudadana ante los abusos de las mayorías, la que mueve al descontento civil a ejercer su derecho de reunión en el ámbito de lo privado. Los "maquis" del ayer – decía esta mañana, el rojo de Andrés – son los escrachadores de hoy. Mientras las resistencias franquistas transitaban por las montañas más densas y rocosas de Galicia y León, los enfadados del presente- desahuciados, jubilados, parados, etcétera – utilizan los adoquines urbanos para conseguir, con la molestia de su presencia, lo que no han conseguido con la fuerza de las urnas.

Cuando la política no cumple con las expectativas ciudadanas – en palabras del filósofo –  emergen mecanismos psicológicos en la idiosincrasia de los pueblos para expulsar la ira que recorre el enojo de sus adentros. Es precisamente el estallido de la frustración reprimida, la que invita al indignado de Hessel a visibilizar su descontento político ante los ojos de sus élites. El escrache sirve al ciudadano para trasladar su incomodidad vital al bienestar de los elegidos. Gracias a estas medidas – criticadas por unos y aplaudidas por otros – el pueblo manifiesta en el asfalto aquello que no puede hacer en las alfombras de los leones. El cruce de las líneas que separan lo formal de lo informal, son las que ponen sobre la mesa las debilidades del pacto social. El mismo pacto que tanto defendió el ilustrado francés para domesticar a las fieras de Hobbes.

El derecho de reunión e intimidad, o dicho de otro modo, la visibilidad de la queja  en las esferas de lo privado sitúa al discurso racional de las élites tóxicas del poder en las fibras sensibles de la gente. El enfado del desgraciado con las políticas de sus elegidos ha cambiado los silencios de la almohada por los ruidos de la calle. Mientras hace unos años, los sindicatos eran los encargados de canalizar formalmente las sumas individuales. En días como hoy, el fracaso de las Huelgas Generales y las "mareas" han hecho que el ejercicio del derecho de reunión y manifestación adquiera nuevas formas de expresión a las acostumbradas. Nuevas formas basadas en el poder de la molestia y la agudización de sus mensajes en el centro de las dianas. El escrache desnuda el misticismo que envuelve la figura del político y lo convierte en el responsable principal de las desgracias mundanas. 

La medida del Ejecutivo para poner tierra por medio entre los escrachadores y escrachados, conjuga la compatibilidad entre reunión e intimidad en el campo de batalla. Los 300 metros, decretados por la Derecha, para legitimar el ejercicio y respeto de sendas libertades alivian los síntomas del enfermo pero no cura la herida abierta en el seno de sus pulmones. No cura, decíamos atrás, las grietas de una democracia caracterizada por el exceso de representatividad y deficitaria en cuanto a canales directos de expresión social. Cada día que pasa – decía el nostálgico de Grecia – el pacto social de Rousseau ha cambiado la esencia de los acuerdos por la sustancia de los decretos. Los escraches son la viva manifestación de una sociedad indignada con el organigrama formal del Estado.
Una guerrilla urbana formada por filas de hombres humildes y líderes informales procedentes del desánimo. Ciudadanos que han dicho NO a los abusos de poder del sistema establecido.

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5 COMENTARIOS

  1. Julián Serrano

     /  12 abril, 2013

    Como leí por algún sitio, los escraches son la última forma de expresión pacifica del pueblo antes de que deba expresarse de forma violenta. Espero que sea así para que los delincuentes que nos han venido gobernando se enteren de una vez que la teoría de que el poder reside en el pueblos soberano es cierta.

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  2. Ana B. Isla Coco

     /  13 abril, 2013

    Si se sienten molestos con lo que ellos han sembrado, permitiéndose incluso llamar terroristas a los ciudadanos que ellos aterrorizan hasta el punto de que muchos, cada día con más frecuencia, se están quitando la vida (no hay mejor defensa que un buen ataque), por lo menos que tengan la vergüenza de pagarse vigilancia privada, y así crear puestos de trabajo y no utilizar a la policía que nosotros mismos pagamos, no creo que con ese fin.
    Por favor, en la próxima campaña electoral que no se acerque un político a menos de 300 m. de mi casa o le denuncio. Como encuentre una sola carta de cualquier partido en mi buzón, denuncio… Yo también tengo derecho a sentirme acosada.

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  3. Ana B. Isla Coco

     /  13 abril, 2013

    Me dedico a hacer estudios cualitativos sociales y de mercado. Quiero que quede bien claro que desde hace más de un año (ejemmmmmm), NO SE HACE APENAS ESTUDIO SOCIAL EN ESPAÑA. HA DESAPARECIDO. Ya no se estudia el fracaso escolar, el aumento alarmante de las enfermedades mentales y depresiones, el aumento de suicidios… Ya no existe la desigualdad social, no se estudia el envejecimiento activo (ni pasivo). Se han olvidado por completo los afectados por el VIH, o la sanidad en la prostitución… OJOS QUE NO VEN, CORAZÓN QUE NO SIENTE, PROBLEMA RESUELTO.
    No tenemos acceso a datos
    Eso sí: Reclaman el derecho a que nadie les moleste ni dentro ni fuera de horas de trabajo.

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  4. Muchas gracias por publicar este tipo de artículos y hacernos reflexionar sobre lo que acontece a nuestro al rededor, a veces no nos parece así, pero nos afecta y más de lo que creemos.
    Saludos

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  5. J.R. Bernabé

     /  14 abril, 2013

    El escrache es la herramienta que tiene el ciudadano para mostrar su desacuerdo con las decisiones que adoptan los políticos. Bien, pero ¿Hasta qué punto hacemos los ciudadanos uso de los escraches? Creo que tenemos un arma potente, usada por unos pocos (sectores perjudicados), a veces de manera desorganizada y sobre todo poco refrendada por la gran masa social. ¿Qué más tiene que pasar en nuestra España (aparte de ganar el mundial del fútbol) para que que la gran mayoría salgamos a calle unidos por una misma causa? Hay que canalizar el poder del escrache y dirigirlo hacia este modelo político y económico corrupto, fracasado y totalmente estéril de ideas. No deberíamos permitir que se rían más de nosotros (sobre todo de los sectores sociales más desfavorecidos), porque como bien ha dicho Julián, el poder lo tenemos nosotros, el pueblo.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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