El 20.1 d) de nuestra Carta Suprema deja en buen lugar al líder de la pantalla. Todo ciudadano, dice el precepto, tiene derecho a comunicar o recibir información veraz por cualquier medio de difusión. Por otro lado, la libertad de expresión recogida tres párrafos más arriba establece el derecho a "expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cual quier otro medio de producción". Por ello, con estos mimbres sobre la mesa, la praxis de Rajoy solamente podemos criticarla desde los ángulos de la ética. El periodista, por su parte, tal y como establece la Ley Orgánica 2/1997 de 19 de junio reguladora de la cláusula de conciencia de los profesionales de la información reconoce el "derecho del periodista a negarse, motivadamente, a participar en la elaboración de informaciones contrarias a los principios éticos de la profesión, sin que ello suponga sanción o perjuicio".
Es precisamente esta última arma legal, la que sitúa al sociólogo en situación de crítica contra los protocolos comunicativos de sus élites. Entre las funciones del periodista está el oficio de preguntar. Preguntar, decía el catedrático de Deusto, para extraer información relevante y articular corrientes de opinión críticas contra las élites. Sin preguntas, el profesional de la información se convierte en un títere al servicio del poder. Un títere, cuya única función le conduce a los tiempos del ayer. La función franquista de otorgar visibilidad y voz a los mensajes interesados del Ejecutivo, sin ningún margen para la Crítica. Cuando el político se esconde detrás de la barrera es porque gobierna a espaldas a su pueblo. Es precisamente, el "emplasmamiento" de Rajoy, el que enoja a los medios e interfiere en los tentáculos de la Crítica.
Desde el Rincón denunciamos esta práctica, conforme con la Constitución, pero cuestionada por la ética. Esta praxis de usar a los medios para lo bueno y esconderse detrás de las bambalinas para lo malo. Salir a la plaza a torear – decía el cuñado de Sofía – cuando el toro es débil, y situarse encogido detrás de la barrera cuando las astas son bravas. En tiempos de tormenta – decía mi abuelo, que de política sabía lo justo – los perros se esconden detrás de la cortina hasta que los rayos de sol calientan sus hocicos después del mediodía. Cuando el temporal escampa y las amenazas han pasado, Rajoy – el emplasmado-, saldrá de su pantalla como el mismo can que en su día abandonó la cortina ante los rayos del mediodía.