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Bienes culturales

La ausencia de empatía justifica el gozo y la barbarie de miles de espectadores eufóricos y sin escrúpulos ante los ojos doloridos del toro que les mira.  La depredación vestida de fiesta y maquillada de cultura es el argumento esgrimido desde la fuentes conservadoras para justificar la sangre de un animal, cuya mayor debilidad es la bravura de llamarse toro.

La modernidad no ha superado el argumento de tradición. La ética envuelta de costumbre y la razón de las mayorías como apelación de autoridad, ha permitido la correlación falaz "cultura igual a toro". Las diversiones del medievo han perdurado en las sociedades tecnológicas del mañana. 
El "hombre sin escape", o dicho de otro modo, la contención de la sumisión alienada que tanto defendió Karl Marx, permite aflorar en la plaza de la sangre;  la agresividad contenida de las frustraciones cotidianas.  
Los derechos universales se olvidaron de nuestros antecedentes, los animales. El toreo es contemplado como una buena praxis social, alimentada por los medios y consentida por las élites populistas de la defensa tradicional. ¿Dónde está la línea entre el bien y el mal?, ¿es ético  aplaudir la muerte de un animal?, ¿es moral asistir a una muerte anunciada? Preguntas envueltas de reflexión pero huecas de movilización. ¿Dónde está la indignación? La crisis, diría Rajoy, no entiende de tales frivolidades.

Desde la crítica debemos reactivar en época preelectoral el discurso incómodo de los toros. Es la tauromaquia una identidad política más. Es compatible votar "x" y al mismo tiempo proclamarse defensor de este "asesinato animal" llamado fiesta nacional. Ya lo dijo Esperanza Aguirre, "los toros son un bien cultural a proteger" y apeló, sin ninguna responsabilidad, a la cantidad argumental en detrimento de la calidad. Las cornadas del torero, aquellas que abren la empatía de la herida de miles de taurinos, son las mismas que a lo largo de cientos de años, siente el animal cuando le clavan la banderilla que pone el punto y final a su vida y termina la corrida.  

La iniciativa del Parlament Catalâ de prohibir las corridas de toros encendió la mecha del debate y afloró el discurso pro taurino de Rajoy para ganar tajada electoral y envenenar el Estado de las Autonomías. La intolerancia conservadora no comprendió la compatibilidad entre el no a los toros de los catalanes y la vertebración autonómica del resto.
Una vez más, el  "país de los toros" como así se nos conoce en buena parte del globo,  clamará con orgullo ¡olé! y ¡olé! para beneplácito de Rajoy y síntoma de cohesión de una marca llamada España. Indignante.

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3 COMENTARIOS

  1. conchitalloria

     /  1 agosto, 2011

    Las tradiciones como bienes culturales es perpetuar el pasado, y por desgracia es un pasado violento, lleno de animalidad..

    Las corridas de toros siempre las asocie a los circos romanos. Reminiscencias de aquellas celebraciones, en donde los espectadores disfrutaban del dolor, de la bestialidad que en el ruedo se producia.. Ver y sentir que la gente se divierte con el dolor, sea de animales, animales y personas o personas. Eso es lo tremendo, que eso a unos ciudadanos les divierta y vean en ese acto bravura y genialidad.

    !Que conceptos tan bajos se tienen de esas palabras! Para mi es crueldad , vileza y cobardia.

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  2. Creo que más que de un "Bien Cultural" deberíamos hablar de un "Bien Económico" con sus ventajas e inconvenientes … que hay que valorar adecuadamente.

    Saludos

    Mark de Zabaleta

    Responder
  3. beatriz da costa

     /  5 agosto, 2011

    BIEN ECONOMICO ?

    Ademàs de ser una salvajada, cuesta 500 milliones de euros al Estado cada año. Y todo el mundo paga, incluso la mayoria que està contra esa barbarie !

    Responder

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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